jueves, 11 de diciembre de 2014

El comienzo.

Nunca nos dijimos ni una sola mentira. Cuando la conocí no le hablé de Marta, ni ella me preguntó si vivía con mis padres o compartía piso. Tampoco yo quise saber quién era el hombre que la abrazaba en la fotografía que tenía pegada en la parte interior de la puerta del armario. Ella jamás me llamó por teléfono, puede que ni siquiera tuviera mi número, pero tampoco me decía que no las veces que conseguía localizarla y quería verla. Marta pasaba muchas noches en casa de sus padres, sobre todo cuando su padre se puso enfermo y su madre dejó de poder atenderle. Esas noches, en torno a las ocho, yo telefoneaba a Diana y le preguntaba si podía ir a verla. Conforme se acercaba el final de la semana, ella contestaba cada vez menos al teléfono pero formaba parte de esa ley no escrita el no preguntarle dónde o con quién había estado la noche anterior. Las veces que, borracho, olvidaba telefonearla y rondaba su casa de madrugada, solía ver una figura, a veces dos, a veces más, a través de las cortinas del salón, pero ninguna hacía ademán de levantarse cuando llamaba insistentemente al timbre. Tampoco ella contestaba al teléfono cuando yo estaba en su casa y poco a poco descubrí en ella esa costumbre de correr las cortinas cuando alguien entraba en casa, fuera verano o invierno, ganando solo un ápice de intimidad con esos velos translúcidos. Nunca íbamos al cine, ni de viaje, ni haciamos planes para vernos fuera de las paredes de aquel apartamento. Solo a veces, un poco borrachos, hambrientos después del sexo, nos deslizábamos hasta un bar de su calle donde a ella parecían conocerla y yo no recibía la más mínima atención. Otras veces, las menos, ella me recibía envuelta en un delantal y con el pelo recogido, con la mesa puesta y comida un tanto extraña en los platos. A veces percibía un deje en su habla que me decía que había nacido lejos de esa ciudad, quién sabe si en otro país, pero nunca me habló de ello, ni de dónde estaba su familia, si es que tenía, ni cuánto hacía que vivía en aquella casa que parecía tan deshabitada como el primer día la última vez que estuve ahí, casi cuatro años después de nuestro primer encuentro. Nuestras conversaciones siempre giraban en torno a algo que ella había escuchado o leído y parecía requerir mi opinión sobre el tema como si confiase ciegamente en ella, como si esperarse ser instruida o guiada, pero tiempo después, repasando palabra por palabra todas las conversaciones que recordaba, me di cuenta de que ella tan solo buscaba una confirmación, un aval de aquellas tesis que ya había planteado, de los juicios que de sobra había hecho, y que las concesiones que me hacía en esos pueriles debates de cama no eran más que un ejercicio de modestia que ella me regalaba, igual que me encendía los cigarros como si yo fuera un niño chico o un adolescente que se fuera a quemar con las cerillas.
El tiempo parecía no pasar para ella. Su pelo castaño me pareció siempre igual de largo y con el mismo corte y puedo afirmar que durante aquellos años no engordó un gramo, ni cambiaron de forma sus caderas, ni pareció variar un milímetro la forma de la línea que se pintaba en los párpados.
Nunca me dijo a qué se dedicaba. Dentro del dormitorio había una puerta, similar a la de una despensa o un vestidor, eternamente cerrada. Justo al lado de la puerta, en la pared, una mesa abatible. Una de las primeras noches que pasé en su casa, confundí esa puerta con la de un cuarto de baño que no parecía propio del viejo apartamento. A tientas busqué la luz y al encenderla contemplé montones de libros y papeles, viejos la mayoría de ellos, rigurosamente ordenados. Ella regresó al dormitorio y me encontró absorto contemplando ese orden perfecto que llenaba las paredes de ese pequeño cuarto, no más grande que un ascensor. «Trabajo», me dijo, y eso fue todo lo que se habló del tema.

martes, 2 de diciembre de 2014

El camino transolvido.

Ya no son tus brazos los que me protegen de la lluvia sino que es tu piel tersa atravesada por mil varillas metálicas. Ya no me oculto bajo las sábanas junto a ti si puedo protegerme bajo tu piel tersa impermeable. No huelo tu pelo antes de ir a dormir porque con él llené las fundas de mis almohadones y ahora duermo realmente entre las nubes de tu pelo. Y sí, es mejor así. Con tus camisetas viejas de algodón bueno limpio la encimera después de hacer el café y con las nuevas froto los cristales cuando tengo invitados y quito el polvo de mi mesilla de noche cuando alguno de ellos se va a quedar a dormir. Descubrí que la mejor forma de calentar mi casa es quemar las cartas y los libros y ya nadie se pregunta qué fue de ti si ya imaginan que he reutilizado tu herencia y lo que quedó de tu presencia cuando decidiste irte...

martes, 25 de noviembre de 2014

Los deseos del lunes.

Quiero entender mi contrato de trabajo, el disco de Los Beatles que me falta, la edición anotada de Rayuela, una fuente inagotable de edulcorante y nada más.




Bueno.

Y que vuelvas.

Y que paseemos juntos por Ikea.

Hace tiempo que dejé de ser exigente.


viernes, 17 de octubre de 2014

Las fotos.

A veces miraba las fotos viejas, hechas todavía con una cámara analógica, las fotos de dos carretes enteros que reveló ella cuando todo había acabado.

Las hicieron con una cámara muy grande, prestada, y en casi ninguna aparecían juntos. Las que hizo ella salieron en su mayoría borrosas o desenfocadas, a contraluz o muy oscuras. Las que hizo él, con ella desprevenida, casi todo primeros planos, resultaban absurdas por tener ella un ojo más grande que otro y un par de mechones de pelo que siempre cruzaban su cara. Aun así, había un par aprovechables y cuatro o cinco que incluso eran bonitas y en las que salían guapos como dos bebés de cuatro meses o como dos gatitos en adopción. 

En una de las fotos, su favorita, aparecía él con los ojos entornados y la cabeza girada. No recordaba haberla hecho pero el edificio que él tenía detrás era sin duda el Palacio de Cristal, que encontraron cerrado cuando paseaban por el parque y empezó a llover. Ella se mojó los pies, de eso sí se acordaba, y de que cuando volvieron al hotel hicieron el amor en el balcón, mojándose, despreocupados y que al día siguiente el pelo les olía a lluvia pero no les importó porque fuera seguía lloviendo y ellos querían seguir jugando por Madrid.

Hicieron muchas fotos en la azotea del Círculo de Bellas Artes. El cielo estaba gris, a punto de estallar, y ellos hacían tiempo hasta que llegara la hora de volver a casa. Con la chaqueta abrochada y el pelo por la cara, ella fruncía el ceño mientras él le apuntaba con la cámara. 

viernes, 26 de septiembre de 2014



Mata más gente el tabaco que los aviones
y he perdido el miedo a volar.
Enciendo la faria de las grandes ocasiones
y en las nubes tengo un BMW
y una Play Station, tu foto y un par de postales:
sigue escribiendo donde quiera que tú estés.


jueves, 25 de septiembre de 2014

La mudanza.

Tengo las maletas hechas, los edredones en bolsas y un montón de cajas llenas de libros al lado de la puerta. Las paredes son ahora blancas y las postales y las láminas están listas para viajar. La despensa vacía y la nevera desenchufada, los platos envueltos en plástico de burbujas sobre la mesa verde de la cocina junto a los trapos limpios y los vasos apilados.


Todo está listo para que me vaya, las patas del somier plegadas y el colchón apoyado contra la pared. Solo tengo que quitarme el pijama, meterlo en la bolsa y esperar a que llegue el camión pero el único vestido que está fuera de la maleta tiene un tirante roto y no sé en qué caja están las agujas y el hilo. 



Hace ya dos semanas que empecé esta eterna mudanza. Vendí la tele y las dos camas pequeñas, tiré la ropa vieja e hice una lista de libros y los guardé en diferentes cajas según su autor. La ropa de invierno ya estaba guardada en cajas y conforme pasaban los días la casa se iba quedando vacía y yo cada vez era más consciente de que no ibas a volver, de que si me iba de esta casa se iba a perder mi rastro por si algún día querías encontrarme y que, entonces, ya no sabrías dónde buscarme, si es que alguna vez querías hacerlo. Quité las cortinas y mi nombre del buzón e hice todas las llamadas para que dieran de baja los contratos a mi nombre.



Ahora, estoy a punto de apagar las luces y cerrar la puerta con dos vueltas. Dejaré los dos juegos de llaves dentro del buzón y mañana, si te decidieses a volver a buscarme, solo encontrarías persianas bajadas y puertas cerradas, como en un día de lluvia cualquiera.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Yo he visto ocurrir milagros

Yo he visto ocurrir milagros. 

He visto como la gente volvía a sus viejas casas y cómo las cartas devueltas con su destinatario desconocido garabateado detrás llegaban a los buzones. 

Vi cómo las luces se encendían de pronto e iluminaban tu cara dormida sobre mi almohada y cómo te revolvías esperando impaciente que volvieran a apagarse.

El milagro de tu mano sobre la mía en una butaca de cine.

Observé cómo llegaba el invierno y cómo tú hacías un hueco en tu bolsillo para mi mano.

Vi el milagro de tu vuelta, de tu lo siento, de tu adiós una vez más. 

Contemplé impasible cómo callabas durante horas y, negando la evidencia, me decías adiós para siempre. 

No pensé que vería nunca el milagro de los libros saliendo de mi casa y llegué incluso a ver su vuelta y ahora las torres de libros desbordan las estanterías y el buzón de tu antigua casa rebosa cartas y postales...

viernes, 22 de agosto de 2014

Crónica de la retirada.

B me pide que escriba un poco cada día nuestra historia de fracasos y que poco a poco la vaya haciendo mía, solo mía, y así toque fondo y, desde el fondo, me impulse a la superficie y pueda nadar hasta la orilla. La caja de zapatos donde guardo esas cartas que nunca te envío no es tan grande como la que guarda los restos que dejaste en esta casa: el cepillo de dientes, tu camiseta, la primera parte de El Quijote. Pero a veces la caja desborda y aflora el recuerdo de tus rizos negros sobre la almohada y la tripa clara y los besos que sabían a enfermad y un sinfín de cosas más.

Este septiembre no volverán las cosas que siempre volvían con el otoño. El frío llegará con las manos en los bolsillos y no habrá guantes que las resguarden del frío. Tristemente, las hojas de los árboles caducos caerán y las de la agenda pasarán intactas, sin escribir en ellas "20h, banco de siempre". La salida de yoga quedará en el olvido junto a Delicias y sus fiestas, y pasarán las horas bajo las sábanas sin pies, ni manos frías, ni espaldas mojadas, ni labios secos, ni hígados enfermos.

Los fantasmas sí volarán lejos y dejarán de dar miedo lejos de la Selva Negra que era tu cabello. Los edificios viejos ya no guardarán secretos en sus baños de la última planta y la ausencia de respuestas, con el otoño, dejará de causar rabia, tristeza, angustia...

lunes, 28 de julio de 2014

La mujer loca

"Llegó a las inmediaciones del centro de trabajo diez minutos antes de la hora a la que el filólogo terminaba su turno. Pero aún tendría que lavarse un poco y cambiarse de ropa, quizá se entretuviera con algún compañero... Eran cerca de las nueve de la noche cuando Julia se situó en la zona del parquin exterior del centro comercial donde Roberto solía dejar su coche, que localizó enseguida. Dispuesta a darle una sorpresa, se escondió cuatro filas de automóviles situados detrás del suyo, desde donde pudiera verlo llegar sin que él apercibiera de su presencia hasta que él saliera al paso.
Entonces, como le había ocurrido tantas veces a lo largo de la vida, la realidad se comportó de un modo diferente al esperado, pues Roberto se manifestó con una mujer que parecía su mujer y con un niño que parecía su hijo, un conjunto familiar en fin al que Julia vio avanzar desde la puerta del centro comercial empujándose y gastándose bromas y riéndose como si se llevaran bien. Y dice que, claro, se quedó completamente descolocada, allí, detrás del otro coche, a unos siete u ocho metros del de Roberto, en el que se introdujo la familia feliz partiendo enseguida en dirección al mismo sábado por la noche en el que ella se quedaba abandonada. Un sábado noche, para decirlo todo, muy frío, de cuyo cielo caían virutas de nieve que se deshacían al contacto con los automóviles y que en el pelo de Julia, que se había rizado con unas tenazas eléctricas antes de salir, se convertían en gotas de agua que brillaban brevemente antes de desaparecer. «Te voy a matar», dijo entre dientes mientras abandonaba su escondrijo sin saber muy bien si se refería a Roberto o a su mujer, pero sin descartar tampoco al niño. Más tarde, en el metro triste de las postrimetrías del sábado se preguntó, sin hallar respuesta, qué decía de sí misma la frase «te voy a matar». Que soy intransitiva, por ejemplo, respondió la frase desde algún rincón de su cabeza.
(...)
En lugar de matar a Roberto, se acostó con él.
(...)
Millás lanzó una pregunta arriesgada:
- Me dijiste que ibas a matarlo, a Roberto, por lo de que estaba casado y tenía un niño.
- Y lo iba a matar, pero resulta que luego leí una cosa sobre el sentido figurado, que es una desviación del literal. ¿Conoces esa diferencia o te la tengo que explicar, je je, como lo del supletismo?
- El sentido literal y figurado no, sé lo que son.
- ¿Y tú entendiste que lo iba a matar en sentido literal? 
- Bueno, me pareció que lo decías en ese sentido.
- Yo también, je, je, pero luego tropecé con el sentido figurado y pensé que a lo mejor lo había dicho por decir. Vete a saber.
- ¿Y si no hubieras tropezado con esa lección lo habrías matado?
- Si lo decían las palabras...
- ¿Tú haces mucho caso a las palabras?
- Qué remedio, como mi padre a la pintura, solo que la pintura habla más claro, me parece
Millás piensa que desde el punto de vista de sus intereses habría sido mejor que Julia hubiera interpretado el «te voy a matar» en sentido literal" 
 
La mujer loca, Juan José Millás


Claro que el gran error de Julia fue acostarse con Roberto. No solo una vez, cuando todavía podía dudar de sus sentimientos, cuando todavía no sabía si Roberto era filólogo o tenía filología, o simplemente era un pescadero que alardeaba de conocimientos como tantos otros. El gran error de Julia fue acostarse con Roberto una y otra vez, dar ese recodo de sí misma a ese pequeño cabrón casado y con un hijo, con una filología, con una esposa y sobre todo con esa cara tan dura que tenía Roberto, que volvió loca a Julia y que afortunadamente Julia ya casi ha olvidado, fugándose con Serafín.



 
 
 
 

martes, 15 de julio de 2014

el post it

Dónde has ido tan deprisa. Poco tiempo te ha faltado para echar a correr dejando solo una nota. Sí, sé que el post-it siempre pega dos veces. Y aquí estoy ahora, donde tomamos el último café cuando yo parecía enferma y a ti aún te quedaba M en el cuerpo. Hasta estoy celosa de la que después comiese chicles contigo para quitarse ese sabor.  Aquí estoy y tú te has ido, sí, yo te lo pedí, lo sé, y ahora te lloro, te lloro mirando la silla en la que me senté sin saber qué esperar y encontré nada como encuentro ahora y espero, amor, espero que seas tú, te espero...

lunes, 7 de julio de 2014

Es vuestra

El dolor vuelve a ser demasiado y las noticias sobrevienen unas a otras. Cuando consigo olvidar, un amigo o una voz me recuerda qué fuimos aunque no se atreven a decir qué es lo que salió mal. Nadie apunta tan alto. Solo tú sigues trepando y cuando llegas arriba sus pirrnas me empujar a mí noche tras noche. Quizá no temo tanto verte a ti como temo verla a ella. A veces la lengua se desliza sobre la muela que sigue rota y afloran noches de lluvia y cartas y postales y engaños y excusas y cuando menos tú, si no puedo evitarlo. Qué hacer, qué hago. Ya no siento que deba cerrar nada, ya no arranco los puntos de sutura porque la herida ya no es mía.  Es vuestra.

sábado, 28 de junio de 2014

La maldición.

Hay algo que va mal porque noto un dolor aquí abajo, donde se esconde la pena, un dolor que me tira hacia abajo y me hace querer estar agachada, muy quietecita. Sé que algo va mal porque hoy te he soñado con la forma que solías tener antes y no puedo, no quiero pensar la forma que tendrás hoy que es día 28, hoy que tendríamos que estar juntos bajo el pórtico, levantándonos y arrodillándonos al ritmo de los demás. Hoy, amor, mi elefante, quisiera saber dónde te has ocultado todo este tiempo y quisiera que hubieses venido a buscarme. Hoy miro el vestido que sigue colgado en la percha rosa y que quién sabe cuándo tendré la oportunidad o el valor de ponerme, a qué celebración seré invitada que merezca la pena, cuándo llegará el momento de sacar el vestido coral de su funda y de recogerme el pelo, si es que llegará algún día.

He comprobado firmemente, sí, que existe la maldición del vestido. Que el anticipo en la compra pone fin a aquello que esté en marcha como si fuera un mal presagio o un mal augurio o el ojo opaco de un pescado. He comprobado, desde luego, que la frivolidad se extiende cada mañana que paso sola en esta cama e intento volver a dormir aunque sé que si duermo más voy a tener pesadillas y sueño que vuelves y me despierto sin saber qué es verdad y qué es sólo sueño y debo mirar la pizarra de detrás de la puerta para estar segura.

domingo, 22 de junio de 2014

El elefante y la paloma.

México, 1953


Sr. mío Don Diego:

Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurame pero yo estoy resuelta a terminar ésta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata... Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aún así sobreviví.
No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces que me pusiste el cuerno...no sólo con mi hermana sino con otras tantas mujeres...¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mi, primero por mi porque nunca he podido entender ¿qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di? Por que no nos hagamos pendejos Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada...
Bueno el motivo de esta carta no es para reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en esta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada)... Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás, pero ¿qué puta necesidad de que la gente lo supiera? Y ahora ya ves, mi fragmentación estará a la vista de todos, de ti... Por eso antes que te vayan con el chisme te lo digo yo "personalmente", disculpa que no me pare en tu casa para decírtelo de frente pero en éstas instancias y condiciones ya no me han dejado salir de la habitación ni para ir al baño. No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada,
te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te "amputo" de mi, sé feliz y no me busques jamás. No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí, si de algo quiero tener el gusto antes de morir es de no volver a ver tu horrible y bastarda cara de malnacido rondar por mi jardín.Es todo, ya puedo ir tranquila a que me mochen en paz.
Se despide quien le ama con vehemente locura, Su Frida

sábado, 31 de mayo de 2014

Mi teatro de hilo

Hoy me he tomado mi primer café solo. No es que me haya hecho mayor, es que las malas circunstancias me han convertido brevemente en un espectro de adultez. Una casa en la que no hay leche ni cama, una pareja que se rompe, otra que se forma, dos personas que entran juntas en un teatro, un amanecer de lana.

Anoche me regalaron mi propio teatro sin saber que hoy le diría adiós a otro. Un adiós para siempre, tajante y definitivo, forzado por las circunstancias. Ahora me agarro al teatro de hilo que será el último que me quede en el próximo curso. Qué extraño será ese momento. Qué extraño se ha vuelto todo en cuestión de minutos.


Los extraños, leía hoy, se convierten en el centro de tu vida a la misma velocidad que, aquel que fue el centro de tu vida, se convierte en un extraño.

Otra persona escuchará los mismos susurros, las mismas mentiras que yo escuché y recibirá los mismos aplausos, las mismas sonrisas, envuelta en las mismas telas y en las mismas sábanas y descalza os gritará desde lo alto.

Mientras, yo me afano a mi teatro de hilo, a mi nuevo teatro, el que es solo mío, en el que puedo vivir, en el que quiero vivir siempre, en el mejor teatro que ha existido y podrá existir jamás. 


jueves, 29 de mayo de 2014

Me acuerdo


Al verte, sí, me acuerdo.
No importa de qué, de quién: me acuerdo.
La piel es un viento sólido
que comunica por adentro y afuera
con la piel.

Roberto Juarroz





Al verte hoy, sí, me he acordado. Tú no me has visto o no has querido verme, ya no importa. Has seguido tu camino y has dejado de hablar por teléfono antes de rodear la facultad. Yo he hecho mi examen y pensaba en el componente arcaizante del judeoespañol y el mantenimiento de las sibilantes palatales medievales. Quién sabe en qué pensabas tú.

Ahora, ya en la cama, el dolor de cabeza no me deja leer Penas de amor de una gata inglesa. Quién sabe a quién leerás tú.

miércoles, 21 de mayo de 2014

No grites a Ariadna

No grites a Ariadna, no, no pidas clemencia ahora porque tú has elegido ahogarte entre esos brazos y esas piernas largas como una hiedra venenosa que se enreda alrededor de tu cuello aunque sea yo quien se queda sin aire.

No son las hojas del otoño las que ahogan tu cuello: es la planta carnívora que tú elegiste cultivar la que ahora te abraza y me aparta y me vuelve a atar en la esquina a la que me habéis, los dos, relegado una y otra vez desde hace quién sabe cuánto tiempo. Tú, eres tú otra vez, entre rizos, entre gente, en tiendas de campaña, entre sudor, entre árboles, haciendo como que no me ve si no te toco y huyendo de mis brazos cuando los alargo hacia ti. 

Nunca, nunca me cansaré de ti, ni tú de ella, de ellas, de otras. No son las hojas del otoño las que te ahogan, no, pero tampoco soy yo, no es Ariadna, es tu propia Dafne que se enreda como las ramas del laurel, como la hiedra venenosa que crece en una esquina húmeda.

No grites a Ariadna, ella solo te mira en silencio mientras tú la apartas.

lunes, 19 de mayo de 2014

Nuevos términos

Hoy he hecho una tortilla de patata con cebolla y cortándola, entre lágrimas, me he acordado de ti. Te queda el consuelo de que no siempre eres la causa: a veces puedes ser la consecuencia. Incluso a veces sabes ser la coincidencia, conectado al skype en un mes de calor o en la puerta del Posturas una noche de lluvia.

Yo no suelo echarle cebolla a la tortilla de patata: eso no ha cambiado. La prefiero así, tú lo sabes. Pero también sabes lo que pasa cuando llegan invitados se hace cualquier cosa al ponerles un plato en la mesa y una sonrisa en la cara.

Lo peor de la tortilla de patata con cebolla es que ya no puedo usar ese aceite para otra cosa y los dos sabemos lo útiles que son los segundos usos o las segundas oportunidades, llámalo como quieras.

Cuando le daba la vuelta, mis muñecas recordaban la fuerza que tú aplicabas en ellas y la echaban de menos ahora que ellas debían, a pulso, mantenerse erguidas.

Tal vez yo también deba mantenerme recta ahora y callar aquí. Pero mientras me peleaba con el nudo del delantal solo podía pensar en el ojalá que me gustaría poder decirte.

Yo te creí mucho más de medio segundo y en esa inocencia infundada dejé pasar meses y casi años. Ojalá medio segundo hubiese sido suficiente y me hubiese bastado así pero aún ahora despierto confusa muchas mañanas y miro con esperanza la pizarra de detrás de la puerta buscando letras sueltas de trazos borrados cuando solo encuentro la frase tan horrible que escribí para mentalizarme de que ya no soy esa pija  que tanta gracia te hacía.

«Se trata de romper y construir en nuevos términos»

sábado, 17 de mayo de 2014

Robe sabe arder.

Todo empezó con Los Suaves y terminó con Extremoduro.

Lo que Yosi me dio, se lo ha llevado hoy Robe cuando se ha despedido, dejando su camiseta sudada como tantos otros dejan la ropa en cualquier suelo. El concierto ha sido como la vida misma. Ha tenido un primer momento de felicidad, de euforia, de esperanza. Pero llegado el descanso todo ha decaído, ha aflorado la conciencia, la verdad, el conocimiento de lo que jamás quise saber. El descanso ha sido como una pequeña ruptura y puede que sea así, que algo bastante grande se haya roto en mí. De hecho, sí: algo se ha roto. De hecho, algo podía seguir rompiéndose y así ha sido.

La vuelta, como todas las segundas partes que nunca tendrían que haber sido, ha sido peor que cualquier comienzo, que cualquier final, que cualquier atropello, que cualquier bofetada.

De repente Robe me ha mostrado todo eso que no quería ver. Todo aquello a lo que siempre he temido. Y él me ha hecho mirarlo a los ojos.

Entonces, al mirar, sí que se ha roto todo. "No estás bastante ciega", me han dicho. "Demasiado ciega he estado", he contestado yo. Y crack crack crack iban cayendo pedazos que la gente pisaba y yo lloraba y gritaba por dentro que ya era suficiente, que por qué había vuelto.

Le he suplicado que parase y en silencio se lo he suplicado a los demás pero cabeza, manos, cuerpos estaban en otra parte que ya no era de mi jurisdicción. El mundo ha seguido girando, Robe ha seguido tocando, yo he seguido mirando y algo, ahora sí, grande y quebradizo, se ha roto dentro, me ha roto.

Robe ha desterrado a Yosi y no creo que haya nunca revancha entre los grandes. Probablemente, los daremos por retirados y quedarán en nosotros como un recuerdo de juventud.

Quizá, en otro mundo, la guerra haya sido solo en el sofá.

Ahora una araña se ha posado en mis medias y el susto ha sido bastante más pequeño que tantos otros que me he llevado hoy. De un manotazo la he lanzado al suelo  y solo me ha quedado desear que todos los manotazos fueran así de grandes para cosas tan pequeñas, que todos los manotazos rompiesen tórax y patas y dejasen un cadáver informe.

Robe ha sabido quemar.


jueves, 15 de mayo de 2014

El monstruo.

Llevo todo el día intentando evitarlo pero cuando tendiendo la ropa la toalla morada ha salido volando, el dique se ha roto, yo me he roto, mi cara ha enrojecido y todos hemos callado y mirado al suelo.

Hacía ya tiempo que no me pasaba esto. Una semana, para ser exactos. Es bastante tiempo si lo miras desde donde yo lo miro.

Intento rodear, despacito y de puntillas, el enorme abismo que dejaste en mi cama. Camino silenciosa, mordiéndome el labio inferior, con miedo de que despierte el enorme monstruo que habita en él, que eres tú, que duerme.

Qué horrible sitio para estar hoy es mi casa.

Qué horrible sitio.

domingo, 4 de mayo de 2014

Sucede

Sucede que mañana es lunes. Pero la verdad es que no es un lunes cualquiera: es el primer lunes de mayo.
El primer domingo de mayo tiene su encanto porque es el día de la madre. El primer lunes de mayo, y mira que dista tan poco entre uno y otro, carece de todo encanto: es el comienzo del final.

Uno nunca sabe cómo van a ser los finales. Los hay alegres, tristes, esperados, pausados. Los hay para todos los gustos y eso que nunca llueve a gusto de todos. Sucede con los lunes que son un tipo de principio de final que no suele gustar a casi nadie. Sucede con los lunes que a medida que nos adentramos en ellos vamos construyendo, piedra a piedra, el muro de un túnel que ha quedado obsoleto y debe ser clausurado.

Una vez acaba el lunes sucede que llega el martes y éste, al no ser el primer día de trabajo, resulta menos pesado: ya no duelen las rodillas al agacharse a coger las piedras ni quema la piel bajo el sol.

Sucede, por otra parte, que cabe la ilusoria posibilidad de que nunca llegue el lunes. Tal vez podríamos prolongar un poco el día y posponer indefinidamente ese comienzo del final que nos espera ansioso en la siguiente hoja de la agenda.

Pero seamos realistas. Cuando me vaya a dormir el lunes estará todavía más cerca que ahora. El principio del fin. 
Tal vez sea un lunes de noticias en buzones, como las que recibió la mujer:

«He perdido el camino, hoy no llego a cenar»

sábado, 26 de abril de 2014

Tierra quemada.

Dice B. que tengo que escribir desde el dolor pero que no tiene que ser aquí. Que cada noche escriba media hora esa historia de fracasos. Acaba el tiempo, acaba la tristeza. Lo meto en un sobre, lo cierro, le pongo una fecha y lo guardo en un cajón. "No en la habitación en la que duermes: esas cosas son como las chinches". Claro que no. 
Dice que escriba desde el dolor pero que no me olvide de lo que es: es mi historia de fracasos. Solo mía. Que le ponga también un poco de odio, lágrimas que emborronen el papel y que no releea: que ya he releído bastante, que llego años releyendo. Dice B. que el problema de que lo escriba aquí es que aquí escribo, leo y releo. Y cambio el adjetivo si encuentro uno mejor. Y tengo cuidado con los puntos y las comas. Sobre todo con las comas. Dice B. que se lo escriba a ella. Que el dolor es cosa mía, pero que de la mierda se ocupa ella. 
B. dice que tiene que ser cada noche y creo que B. piensa que voy a dormir en casa todas las noches de mi vida. 
Dice Sabina que lo peor del después son los despojos y la verdad es que sí, que tengo cajas llenas de despojos y de todos los despojos hay algunos que ni siquiera arden, aunque tuviera mechero en casa.
Le dije a B. al principio que no pensaba escribir sobre el dolor, que tengo, pero que lo gestiono a mi manera. Dice que cada vez que coja el boli, porque tiene que ser a mano, Julia vs. el folio en blanco, será como llorar sangre y un poco del dolor se irá quedando en el folio. Que no use un boli de gel. Mejor uno medio gastado con el que tenga que apretar muy fuerte y salga también el odio. Dice que cada vez me iré metiendo más en el túnel. 
Dice que no quiero entrar en el túnel aunque vea la luz al final. Joder, claro que no quiero. Dice que de vez en cuando me meto, doy algunos pasos, pero que la luz sigue estando lejos y entonces vuelvo a salir por donde he entrado. La oscuridad me come y yo me aparto. Que vuelvo al principio. Dice que tengo unos meses de túnel y que cada vez que releo es volver a salir del túnel. Dice que vuelva a entrar y que si salgo de él, que sea habiéndolo atravesado. Que escribiendo los fracasos voy avanzando poco a poco y haciéndome daño, porque el túnel es estrecho y yo soy grande. Que saldré con arañazos y mojada y herida, pero saldré del túnel por el otro lado, ahí donde está la luz, y se curarán las heridas y me podré tumbar al sol.
Dice B. y dice Sabina que entonces la cuenta estará saldada.

martes, 22 de abril de 2014

Como un alfil

«La madre de Julia había sabido lo que significaba que su marido tuviera una amante durante años y ella no estaba dispuesta a repetir la historia, aunque fuera desde el otro lado. Ninguna opción servía: ni permanecer siempre en la sombra ni salir a la luz a arrebatar lo que tampoco deseaba: no quería una vida en familia y la espantaba ser el motivo de una ruptura no anunciada. Por eso se había dado un año durante el cual arder sin importarle consumirse, pues sabía que ya no habría más. Sólo una vez vio a la esposa del Irlandés. El pelo muy negro, los ojos castaños rebosantes de luz, los movimientos seguros como si el centro de gravedad de su cuerpo pequeño estuviera en perfecta sintonía con la tierra. Fue en la fiesta de un conocido común. Helga la miró despacio, sospechaba, quizá sabía. Durante un instante, Julia soñó con una complicidad imposible: dirigirse a ella, contarle su plan: esto va a durar un año, faltan solo dos meses, no quiero robártelos, concédemelos, a ti te sobran, juro que luego desapareceré. Pero ¿en nombre de qué iba ella a dárselos? Julia devolvió la mirada a aquella mujer, una de las primeras ingenieras de comunicaciones que habían ocupado puestos significativos en la industria y que ahora estaba a cargo de la informática de Ferraz. Sabía que no debía acercarse a ella y no lo hizo. Si Helga le hubiera dicho algo quizá habría sido capaz de renunciar a los fuegos artificiales de las últimas semanas, la intensidad del adiós. Pero se mantuvo callada y durante mucho tiempo sus ojos permanecieron en el pensamiento de Julia. A veces cuando su cuerpo jugaba con el del Irlandés, veía esos ojos oscuros en las distintas esquinas de la habitación. Después del año aún había seguido sintiendo aquella mirada en diagonal, como un alfil.»


Acceso no autorizado, Belén Gopegui

martes, 1 de abril de 2014

El sueño.

Sé que ya no estás porque el sol me pega en la cara y me ciega. Me ciega y los ojos me arden y lloran y yo te busco a ciegas. Te busco a ciegas y no te encuentro; te grito y no contestas, o contestas en susurros pidiendo calma. Pero los susurros se alejan y yo no puedo moverme porque tú me has atado aquí, porque te alejas sin dejarme avanzar hacia ti.  Tú no me buscas y me apartas, pero tampoco me dejas irme. Solo me acercas y me alejas a tu voluntad, haciéndome maleable, haciéndome débil, dejándome sola. Te busco y te grito que vuelvas y tú entre risas me dices que nunca te has ido, que sigues a mi lado, pero no estás, no estás, te grito y solo te alejas, lloro, suplico y tú no estás, me dejas, te vas sin dejarme ir, dejándome al cuidado de tu recuerdo, echándome las sobras, riéndote, enfadándote, apartándome de ti, haciéndome suplicar, gritando, llorando...

Me despierto entre lágrimas y tampoco estás aquí. Son las tres y no estás. La dormidina juega conmigo como tú y me deja de lado. 

Son las siete y no estás, empieza a salir el sol y debajo de la cama guardo una caja con todas tus cosas. 

viernes, 28 de marzo de 2014

El día que

El día que te eché de menos recordé cómo cocinabas para mí. Cómo echabas sal cuando yo no miraba y cómo subías y bajabas continuamente el fuego, intentando encontrar ese punto medio para el que no tenías paciencia. Te recordé y vinieron a mí sábanas cambiadas entre dos, sábados de sofá compartido, mantas pequeñas para cuerpos grandes, cuerpos juntos. Eché de menos tus manos y tus mejillas rojas por el frío, tu pelo limpio, tu nariz. Cómo escuchaba historias de tus amigos, de viajes, de adioses. Eché de menos que te abrieses y dijeses con cuidado lo que no quería, pero necesitaba oír. Eché de menos tu cuidado, sobre todo. Tu mimo, tus brazos largos, tus hombros suaves, el vello de tu nuca. Los zapatos que me hacían tropezar. Eché de menos rosas, amigos, risas, sueños. Las primeras películas, los primeros portales, las escaleras, los ascensores. El miedo bueno del principio, nada del final. Eché de menos tus besos cuando me dolía la tripita, como ahora. Tus manos grandes...

viernes, 21 de marzo de 2014

Se busca


Se busca:

- despertar sin frío rodeada de brazos y piernas

- desayuno caliente entre sábanas y almohadones

- paseo bajo la lluvia con botas de agua y capucha

- vuelta a casa, ducha caliente y picnic en el salón

- mantel de cuadros, platos de plástico, botellas de vino y latas de cerveza

- narices y mejillas rojas

- pelo revuelto

- pies descalzos

- velas

y noches en vela.

viernes, 14 de marzo de 2014

Agua.

Me ahogo. No consigo nadar, me ahogo. Me quedo quieta y noto cómo me hundo. No veo nada pero tengo los ojos abiertos. Me escuecen, me arden.

Llego al fondo. Mis pies rozan la arena y las piedras. Pinchan, me arañan, dolor, asco. Hay algo en el fondo. No son algas, nada vivo: plásticos, cuerdas, asco. No son algas. Esto no es el mar. 

Abro la busca, busco aire y solo hay agua. No es salada ni dulce. Ácida. Un poco ácida. Sabe a hierro, a vinagre, me quema. Cuando la tragas sí es dulce en la garganta. Asco, arcadas. Tomo impulso. Muevo los brazos, las piernas instintivamente. Estiro el cuello y creo ver algo de luz. El agua es oscura. Gris, marrón, no sé, oscura. 

Algo me golpea el pie. Sangre, agua granate. Duele como si una aguja muy larga me atravesase todo el pie. Dolor ácido. Vuelvo a tragar agua. Agua ácida, dulce. La basura se mueve a mi alrededor. Plástico, hojas secas, piedras. Me tocan. Trago agua buscando aire.

Me despierto.

Bebo agua sin salir de la cama. Agua insípida ahora, transparente. Las sábanas son rojas y están secas. Me quito la camiseta, las bragas. Me voy a la ducha y el agua, limpia, me empapa. 

Aguanto la respiración.

jueves, 6 de febrero de 2014

La metáfora del tiempo.

Te recuerdo muchas veces con tu camisa azul. Hoy mismo la he imaginado debajo de un abrigo beige que no era el tuyo, claro. Una larga sombra me ha adelantado por la calle y después, el hombre que la proyectaba. Era sin duda tu imagen en vida. Al menos de espaldas, con el pelo revuelto y una bolsa marrón de cuero ya vieja en la mano derecha. Con la otra mano, usaba el teléfono. Por eso he sabido que no eras tú. No porque haga casi un año que no estás, sino porque eres diestro. 

Qué gran problema cuando dos diestros se cogen de la mano. Uno queda inútil, manco. El otro rara vez elige solidarizarse y esconderse en el bolsillo. 

El hombre que me ha adelantado por la calle olía bien. El viento se ha levantado y nos ha revuelto el pelo y por un momento ha sido la imagen más bonita que he visto jamás. Durante apenas dos segundos, los mismos que cuando al despertar todavía no recuerdas nada y estás en un limbo de sueño y felicidad, he pensado que eras tú y que tu camisa azul estaría arrugada y con el cuello sin planchar. Justo después, he pensado qué podría hacerte de cena esta noche y antes de darme cuenta he salido de mi letargo y he recordado que ya no estás y que no hay cena para dos, ni manos derechas inútiles. 

Por un momento te he sentido aquí, he pensado que te acercarías y me besarías, me desearías feliz aniversario y me cogerías de la mano. Pero no, no eras tú. Tú ya no estás.

domingo, 2 de febrero de 2014

De mi soporte de cartas o los adioses.

Hoy ha muerto mi soporte de cartas.

La verdad es que llevaba forzándolo demasiado tiempo, rebosaba postales, y al final hoy ha explotado.

Un poco como todos.

Ahí guardaba todas las postales que me envían (y que no están en las paredes). También las compradas, las regaladas y las robadas. Las que eran para mí y postales en blanco. Algunas cartas manuscritas, una mecanografiada. Postales que encontré en mi buzón, otras que pasaron por debajo de la puerta, algunas que encontré en el fondo de un bolso por sorpresa.

Postales que venían en sobre y con remite, otras que venían sin, algunas con sellos del extranjero, un par repetidas. De obras de arte, de ciudades costeras, montajes con gatitos, fotos de peluches, panorámicas de quién sabe qué playa o qué montaña, ciudades de noche, ciudades de día. Postales de cumpleaños y de navidad, pequeñas, grandes, escritas o en blanco, maltrechas, cuidadas, en blanco y negro, a todo color, en relieve.

Postales de París.

Postales con animales.

Postales de Magritte.

Postales de publicidad.

Postales escritas en italiano.

Postales de Madrid.

Postales anónimas.

Postales que desearía no volver a encontrar.

Postales que leería cada noche.

Postales esperadas.

Desesperadas.

Postales que compré

escribí

sellé

y nunca envié.

Postales que vivieron en mi pared

y de ahí pasaron a un cajón

y del cajón a una caja de difícil acceso olvidada en la despensa.

Hoy ha muerto mi soporte de postales y no sé si me alegra o me entristece más.
En parte, porque son recuerdos de vosotros. En parte, porque algunos ya no me recordáis a mí.
Porque todas las postales dicen "hola"
pero ninguna se atreve a decir "adiós".


miércoles, 22 de enero de 2014

Rayas.

Consideré suficiente, cuando te perdí, retirar de mi vista todo lo que hubiese sido tuyo. También lo que compramos juntos, pero dejando las cosas que compraste para mí, los regalos que nos hicieron a los dos y, bien escondido, alguno de tus pijamas, la corbata granate que te compré a juego con mi vestido de apliques brillantes, el jersey gris. 

La psicóloga me dijo que no era suficiente: era necesario que «purgase» completamente mi entorno de tus recuerdos, si es que quería seguir en esta casa, otro gran error.

Al principio hice caso omiso. Pero poco a poco, pasado el shock inicial, descuidada ya de la atención que me brindaban cuando ocurrió, empecé a verte en todas partes.

Le pedí a mi hermana que, en mi ausencia, vaciase el rincón del armario que todavía te pertenecía. Desconozco qué hizo con todo eso y supongo que todavía no es el momento de preguntármelo. Le supliqué, también, que haciendo un alarde de imaginación se llevase todo lo que creía que podía recordarme a ti. 

Los dos sabemos que no es muy empática, pero tenía buena intención cuando se llevó todas las velas que tenía por casa: no sé en qué momento le contaría que tú fuiste el primero, el único que encendió una vela para mí en una noche romántica y supongo que adivinó que yo seguía haciéndolo por ti todas las noches. 

También cambió la orientación de la cama y puso un jarrón con flores de tela en el aparador. Quitó el polvo y hasta puso pilas nuevas a la radio. Hacía años que no me quedaba dormida escuchándola: me deshice de esa costumbre la primera vez que te quedaste a dormir y nunca hasta ahora había sentido la necesidad de retomarla. 

Fue más que suficiente, excesivo incluso. Y mi nueva casa dentro de la nuestra pareció acogerme amistosamente cuando esa noche me metí en nuestra reorientada cama. La ventana, entreabierta, sacudía las cortinas y la luz de las farolas entraba por los huecos que quedan entre las lamas de la persiana, proyectando rayas de luz y sombra sobre mis sábanas, la pared del armario, la puerta y el albornoz que colgaba detrás.

Rayas. 

El único juego de sábanas que trajiste cuando nos mudamos juntos, el único que tenías, era de rayas.

De rayas finas en tonos oscuros. Grises, azules, marrones, no lo recuerdo. Ni siquiera llegamos a usar esas sábanas: eran pequeñas para nuestra cama de 150cm. Las guardamos en el trastero, pensando en quién sabe qué oportunidad de utilizarlas. 

Solo conseguí conciliar el sueño en el sofá, varias horas después a pesar de haber bajado del todo las persianas. Tapada, eso sí, con una manta lisa.

jueves, 2 de enero de 2014

Del primer horóscopo del año.

Libra: nunca es un mal momento para sorprender a alguien visitando un sitio nuevo.

«Suenas como un horóscopo y sabes a café bueno», me dice. Claro que sí, desde luego que sí. Soy tu primer horóscopo de 2014, tu primera profecía y espero que tu primer plan.

Visitemos un sitio nuevo, nuevo para los dos. Celebremos otro aniversario ficticio en un mes cualquiera. Con bufandas y guantes y cremalleras cerradas. Vámonos a Biarritz, estoy harta de ver en fotos esa playa tan azul. Vamos. Metamos los pies en el agua con los calcetines en la mano y los pantalones remangados. Hazme una foto sonriendo y con los ojos entrecerrados y el pelo revuelto y las mejillas rojas. Vamos al acuario a mediodía y a ver la ciudad de noche y a volver borrachos al hotel más barato y dormir hasta tarde para no tener resaca y volver al acuario a comer un bocadillo entre peces y medusas y caballitos de mar y tiburones. 
Una noche te dejaré ir al Casino y que me invites a una copa de al menos 15€ y, con lo que ganes, me comprarás una pulsera que no me quitaré mientras vivamos.