sábado, 26 de abril de 2014

Tierra quemada.

Dice B. que tengo que escribir desde el dolor pero que no tiene que ser aquí. Que cada noche escriba media hora esa historia de fracasos. Acaba el tiempo, acaba la tristeza. Lo meto en un sobre, lo cierro, le pongo una fecha y lo guardo en un cajón. "No en la habitación en la que duermes: esas cosas son como las chinches". Claro que no. 
Dice que escriba desde el dolor pero que no me olvide de lo que es: es mi historia de fracasos. Solo mía. Que le ponga también un poco de odio, lágrimas que emborronen el papel y que no releea: que ya he releído bastante, que llego años releyendo. Dice B. que el problema de que lo escriba aquí es que aquí escribo, leo y releo. Y cambio el adjetivo si encuentro uno mejor. Y tengo cuidado con los puntos y las comas. Sobre todo con las comas. Dice B. que se lo escriba a ella. Que el dolor es cosa mía, pero que de la mierda se ocupa ella. 
B. dice que tiene que ser cada noche y creo que B. piensa que voy a dormir en casa todas las noches de mi vida. 
Dice Sabina que lo peor del después son los despojos y la verdad es que sí, que tengo cajas llenas de despojos y de todos los despojos hay algunos que ni siquiera arden, aunque tuviera mechero en casa.
Le dije a B. al principio que no pensaba escribir sobre el dolor, que tengo, pero que lo gestiono a mi manera. Dice que cada vez que coja el boli, porque tiene que ser a mano, Julia vs. el folio en blanco, será como llorar sangre y un poco del dolor se irá quedando en el folio. Que no use un boli de gel. Mejor uno medio gastado con el que tenga que apretar muy fuerte y salga también el odio. Dice que cada vez me iré metiendo más en el túnel. 
Dice que no quiero entrar en el túnel aunque vea la luz al final. Joder, claro que no quiero. Dice que de vez en cuando me meto, doy algunos pasos, pero que la luz sigue estando lejos y entonces vuelvo a salir por donde he entrado. La oscuridad me come y yo me aparto. Que vuelvo al principio. Dice que tengo unos meses de túnel y que cada vez que releo es volver a salir del túnel. Dice que vuelva a entrar y que si salgo de él, que sea habiéndolo atravesado. Que escribiendo los fracasos voy avanzando poco a poco y haciéndome daño, porque el túnel es estrecho y yo soy grande. Que saldré con arañazos y mojada y herida, pero saldré del túnel por el otro lado, ahí donde está la luz, y se curarán las heridas y me podré tumbar al sol.
Dice B. y dice Sabina que entonces la cuenta estará saldada.

martes, 22 de abril de 2014

Como un alfil

«La madre de Julia había sabido lo que significaba que su marido tuviera una amante durante años y ella no estaba dispuesta a repetir la historia, aunque fuera desde el otro lado. Ninguna opción servía: ni permanecer siempre en la sombra ni salir a la luz a arrebatar lo que tampoco deseaba: no quería una vida en familia y la espantaba ser el motivo de una ruptura no anunciada. Por eso se había dado un año durante el cual arder sin importarle consumirse, pues sabía que ya no habría más. Sólo una vez vio a la esposa del Irlandés. El pelo muy negro, los ojos castaños rebosantes de luz, los movimientos seguros como si el centro de gravedad de su cuerpo pequeño estuviera en perfecta sintonía con la tierra. Fue en la fiesta de un conocido común. Helga la miró despacio, sospechaba, quizá sabía. Durante un instante, Julia soñó con una complicidad imposible: dirigirse a ella, contarle su plan: esto va a durar un año, faltan solo dos meses, no quiero robártelos, concédemelos, a ti te sobran, juro que luego desapareceré. Pero ¿en nombre de qué iba ella a dárselos? Julia devolvió la mirada a aquella mujer, una de las primeras ingenieras de comunicaciones que habían ocupado puestos significativos en la industria y que ahora estaba a cargo de la informática de Ferraz. Sabía que no debía acercarse a ella y no lo hizo. Si Helga le hubiera dicho algo quizá habría sido capaz de renunciar a los fuegos artificiales de las últimas semanas, la intensidad del adiós. Pero se mantuvo callada y durante mucho tiempo sus ojos permanecieron en el pensamiento de Julia. A veces cuando su cuerpo jugaba con el del Irlandés, veía esos ojos oscuros en las distintas esquinas de la habitación. Después del año aún había seguido sintiendo aquella mirada en diagonal, como un alfil.»


Acceso no autorizado, Belén Gopegui

martes, 1 de abril de 2014

El sueño.

Sé que ya no estás porque el sol me pega en la cara y me ciega. Me ciega y los ojos me arden y lloran y yo te busco a ciegas. Te busco a ciegas y no te encuentro; te grito y no contestas, o contestas en susurros pidiendo calma. Pero los susurros se alejan y yo no puedo moverme porque tú me has atado aquí, porque te alejas sin dejarme avanzar hacia ti.  Tú no me buscas y me apartas, pero tampoco me dejas irme. Solo me acercas y me alejas a tu voluntad, haciéndome maleable, haciéndome débil, dejándome sola. Te busco y te grito que vuelvas y tú entre risas me dices que nunca te has ido, que sigues a mi lado, pero no estás, no estás, te grito y solo te alejas, lloro, suplico y tú no estás, me dejas, te vas sin dejarme ir, dejándome al cuidado de tu recuerdo, echándome las sobras, riéndote, enfadándote, apartándome de ti, haciéndome suplicar, gritando, llorando...

Me despierto entre lágrimas y tampoco estás aquí. Son las tres y no estás. La dormidina juega conmigo como tú y me deja de lado. 

Son las siete y no estás, empieza a salir el sol y debajo de la cama guardo una caja con todas tus cosas.