miércoles, 31 de octubre de 2012

De mañana.

No me acostumbro a salir y que sea de noche y que no haya un sintecho en el banco de la izquierda. 

Esta mañana estaba nublado y como Goytisolo me acuerdo de un día luminoso, de sangre, de agujas, de cosas con forma de corazón de las que ya no hay.


Mañana no madrugo. Y cuando desayune, todavía en pijama, con el balcón un poco abierto, pensaré en balcones y terrazas y lluvia, y en café caliente.


No me acostumbro, y los días tienen más horas. Y me da miedo despertarme en mitad de la noche por el dolor del lado derecho contra la almohada, que habla por ti, y es(tá) cada vez más oscuro.


Y hace mucho que llevaba las uñas pintadas de rojo, hasta con timidez, pero no los labios. Y pienso que algo ha salido mal, o peor, si es que se puede. 


Me voy a poner los calcetines altos, si es que los encuentro, porque a veces desaparecen; y Lola y Mila van a volver pronto a mi cama de edredón blanco que no abriga demasiado, pero que huele a limpio, a neutro.


Pienso en mañana, en que ojalá sea Helena, que ya lo soy en mi casa y en privado, detrás de las cámaras.
Eso sí sería de actriz traidora.



jul

lunes, 29 de octubre de 2012

Todos los finales son iguales.

No me gustan los finales. No me gusta ir dejando cosas atrás. Prefiero mil veces que todo muera lentamente en el olvido a ponerle un punto y final. Recordar la fecha exacta en la que algo se acabó y que esa fecha se repita puntualmente cada 365 días es un obstáculo que no estoy dispuesta a pasar. ¿Cuánto puede durar la angustia por que vuelva a ser mañana? ¿Durante cuántos años creerás haberlo olvidado hasta que vuelva a aparecer en forma de lunes, o martes, o de cualquier otro día?
Y es que ya lo dicen. Todos los finales son iguales. (...) Y cuando algo acaba... por ejemplo, el amor... acaba igual para los reyes que para un simple peón.
Los finales tienen un matiz trágico, siempre trágico, que los coloca en la categoría de tales. Si algo no estalla, si no hay conflicto, si no hay algo que se rompe... tal vez no se trate de un final. 
Por eso, cuando algo acaba por su propio pie, sin hacer ruido, sin platos rotos ni gritos, cuando algo tiene un final que no parece tal, cuando queda suspendido en el limbo de lo inacabado... Nos parece una bonita manera de dejar atrás las cosas. Como... un final edulcorado o un intermedio. Como una pequeña pausa o un "te llamo mañana".

Y al mismo tiempo, en mi casa... el aire olía a gastado... a crónico... a insoportable.

jul

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Panic, Alfonso Vallejo

jueves, 18 de octubre de 2012

El día que me corté la rasta.

Es como el final de una película, de una película triste y estúpida. Es ese momento en el que alguien ha hecho algo, ha tomado una decisión, la llevado a cabo una serie de actos que lo han cambiado todo y... ya no hay nada. En la escena saldría una chica (porque yo soy una chica) un poco de perfil (desde la izquierda, por favor, que es el lado bueno) y el sol le daría en la cara. Caería alguna lagrimilla, de las que brillan en las pelis y tal, pero no tendría la cara roja de llorar. Sonreiría. Y cuando alguien le preguntase "Y ahora... ¿Qué vas a hacer?" queriendo preguntar en realidad "Y ahora que te has separado/se ha muerto/estás sola/se ha ido/TODO HA ACABADO y tú estás jodida pero calmada porque ya ha pasado la tormenta... ¿Qué vas a hacer?" ella contestaría "...No lo sé" y sonreiría, le caería una lágrima de esas que brillan y seguiría caminando bajo un cielo muy azul. Y fin. Nos iremos a casa pensando que ha pasado lo peor, que ya está todo en orden, que solo le queda... Nada, no le queda nada, construirse otra vida, que se dice pronto. Pero, eh, que la cara no se le pone roja cuando llora, sus lágrimas brillan al sol y todo parece fantástico y optimista. Pero la justificaríamos, claro. Porque no podía vivir así, no era justo, se tenía que acabar, fue en defensa propia... Lo que sea. Tenía que romper con eso. Tenía que hacerlo. Le sobran los motivos.
Es como... Hacerte la cera tú misma. Duele. Es necesario. Rompes con algo que forma parte de ti. En ese caso, pelos.
En mi caso, una rasta.
Se acabó. Porque hay cosas con las que hay que cortar. Y evolucionar, y esas cosas. Como con las rastas.
¿Y ahora qué hago yo sin mi rasta?

lunes, 8 de octubre de 2012

El día de P.

M. perdió a su marido. Cuando L. dio a luz, M. no pudo felicitarle porque estaba triste: acababa de perder a su marido.
En realidad, no era su marido. No llegaron a casarse. De hecho, cuando P. murió ya ni siquiera eran pareja. Pero para M., P. era, había sido su marido. Sus hijas habían sido también hijas de ella sin serlo; la casa de Boltaña era, más allá de lo que dijesen las escrituras, de los dos; las vacas que habían cuidado juntos durante tantos años se quedaban ahora huérfanas por partida doble.
P. estaba enfermo y M. prefirió no decir nada. L. no lo sabía ni supo qué decirle cuando se enteró. M. se excusó: "me enteré, pero no pude llamarte. Estaba triste." y a L. le pareció suficiente, más que suficiente, y pensó en ello antes de echarse a llorar cuando se rompió la cremallera de la bolsa de los pañales al intentar cerrarla estando demasiado llena.

Me acuerdo de camisetas a rayas y pendientes de perla y calefacciones que se encienden por primera vez, pero pienso en P., en el que era P. en realidad y, joder, cómo estar triste por algo que no sea eso.

He dicho.

martes, 2 de octubre de 2012

Que estoy malita.

No quiero ni imaginar en quién piensas antes de quedarte dormido porque estoy segura de que pensamos en lo mismo, en la misma. 

Duermo sin sábanas cuando las moradas están sucias porque las rojas me recuerdan a primeras veces, a invierno, a libros que ahora viven en la despensa, a la única vela que hay en esta casa. 

Duermo sin sábanas, y de madrugada el colchón desnudo me despierta y no me dice nada, evita mirarme a los ojos y, frío, me acoge en una esquina. Esta vez sin manos, ni piernas, ni espaldas bonitas.

Que ya no hay versos, ni prosa, y quién sabe si la hubo alguna vez. No había nombres propios.

Que ya no voy en bus, voy en tranvía. Es mucho más impersonal, quiero anonimato. Que hoy tengo la cabeza, el corazón, en otra parte. Que el tiempo no pasa por mí.

Que por no querer, ya ni con las rodillas. Y mira que son una parte importante de querer.

Que por no querer, ni hablo.


Que estoy malita. No me hagáis caso.


julia