Te recuerdo muchas veces con tu camisa azul. Hoy mismo la he imaginado debajo de un abrigo beige que no era el tuyo, claro. Una larga sombra me ha adelantado por la calle y después, el hombre que la proyectaba. Era sin duda tu imagen en vida. Al menos de espaldas, con el pelo revuelto y una bolsa marrón de cuero ya vieja en la mano derecha. Con la otra mano, usaba el teléfono. Por eso he sabido que no eras tú. No porque haga casi un año que no estás, sino porque eres diestro.
Qué gran problema cuando dos diestros se cogen de la mano. Uno queda inútil, manco. El otro rara vez elige solidarizarse y esconderse en el bolsillo.
El hombre que me ha adelantado por la calle olía bien. El viento se ha levantado y nos ha revuelto el pelo y por un momento ha sido la imagen más bonita que he visto jamás. Durante apenas dos segundos, los mismos que cuando al despertar todavía no recuerdas nada y estás en un limbo de sueño y felicidad, he pensado que eras tú y que tu camisa azul estaría arrugada y con el cuello sin planchar. Justo después, he pensado qué podría hacerte de cena esta noche y antes de darme cuenta he salido de mi letargo y he recordado que ya no estás y que no hay cena para dos, ni manos derechas inútiles.
Por un momento te he sentido aquí, he pensado que te acercarías y me besarías, me desearías feliz aniversario y me cogerías de la mano. Pero no, no eras tú. Tú ya no estás.
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jueves, 6 de febrero de 2014
domingo, 2 de febrero de 2014
De mi soporte de cartas o los adioses.
Hoy ha muerto mi soporte de cartas.
La verdad es que llevaba forzándolo demasiado tiempo, rebosaba postales, y al final hoy ha explotado.
Un poco como todos.
Ahí guardaba todas las postales que me envían (y que no están en las paredes). También las compradas, las regaladas y las robadas. Las que eran para mí y postales en blanco. Algunas cartas manuscritas, una mecanografiada. Postales que encontré en mi buzón, otras que pasaron por debajo de la puerta, algunas que encontré en el fondo de un bolso por sorpresa.
Postales que venían en sobre y con remite, otras que venían sin, algunas con sellos del extranjero, un par repetidas. De obras de arte, de ciudades costeras, montajes con gatitos, fotos de peluches, panorámicas de quién sabe qué playa o qué montaña, ciudades de noche, ciudades de día. Postales de cumpleaños y de navidad, pequeñas, grandes, escritas o en blanco, maltrechas, cuidadas, en blanco y negro, a todo color, en relieve.
Postales de París.
Postales con animales.
Postales de Magritte.
Postales de publicidad.
Postales escritas en italiano.
Postales de Madrid.
Postales anónimas.
Postales que desearía no volver a encontrar.
Postales que leería cada noche.
Postales esperadas.
Desesperadas.
Postales que compré
escribí
sellé
y nunca envié.
Postales que vivieron en mi pared
y de ahí pasaron a un cajón
y del cajón a una caja de difícil acceso olvidada en la despensa.
Hoy ha muerto mi soporte de postales y no sé si me alegra o me entristece más.
En parte, porque son recuerdos de vosotros. En parte, porque algunos ya no me recordáis a mí.
Porque todas las postales dicen "hola"
pero ninguna se atreve a decir "adiós".
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