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martes, 25 de diciembre de 2012

Ahora que está tan lejos el olvido...


ni recorto el crucigrama,
ni me mato si te vas.


Ahora que todo ha acabado, puedo decir que tal vez hubiésemos sido mejores por carta.

Ahora, que ya no tenemos de qué hablar, debería contarte que tal vez no supe esperar(te) sin bailar quieta en mi sitio, de nervios o alegría. Ahora que abandono el juego, espero que entiendas que una retirada a tiempo es una victoria, y un abandono la mayor representación de un adiós. Espero, por fin, que por las noches cierres el balcón y no vuelvas a buscarme cuando las puntas de tus zapatos miren hacia mi casa.
Ahora, prometo no ponerme en tu camino, no cruzar la calle, ni volver la vista atrás. 

Prometo, de verdad, ser(te) eternamente ajena.

martes, 3 de julio de 2012

Estático.


La ventana está abierta y la cortina sigue quieta. La cortina, ligera como una pluma, está quieta. Lo observa con la cabeza apoyada en la almohada llena de rimmel y sudor. Con los pies tira la sábana al suelo y la cortina sigue quieta. La luz apagada, la puerta abierta y la cortina, quieta. Lo más leve, lo más ligero, lo más ingrávido, sigue quieto. Al parpadear una pestaña se desprende y vuelva por la habitación, pero la cortina sigue quieta. ¿Cómo va a moverse nada si ni siquiera algo tan ligero se mueve?


julia

sábado, 24 de marzo de 2012

Balcones.

En un balcón alguien tiende, en otro riegan las plantas. Encima de su cabeza oye el rumor de una conversación en un balcón que no alcanza a ver. Palabras, risas y el chasquido de un mechero. 
Y más abajo, una camiseta larga, calcetines cortos, piernas descubiertas. Una pinza en el pelo y restos del maquillaje de la noche anterior. Fuma apoyada en la barandilla del balcón mientras observa las flores muertas y se pregunta como ella sí sobrevivió al invierno. No como sus plantas, ni su amor, ni la ilusión de las primeras veces. Del primer todo.
Oye como se despierta y recoge su ropa del suelo. Y el ruido de la ventana. Y otro mechero que, luego, vuelve a la mesilla de noche.
Ella, silenciosa, sin decir una palabra, sin los buenos días que ya no son tan buenos, coge las zapatillas que anoche dejó en el comedor. Y huye. Cierra la puerta sin hacer ruido y ya en el rellano se pone las zapatillas. Apura el cigarro llegando al segundo piso. Tira la colilla en el primero. Y cuando llega a la calle, el aire le hiela las piernas, recordándole que, otra vez, no lleva pantalones. Y se encuentra como la dejó él, abrazada a una duda, en mitad de la calle y desnuda.


julia

viernes, 20 de enero de 2012

El helado de fresa

Hablé de un helado de fresa, de mi casa, de la venganza. ¿No hay helados nata-fresa, amor-odio, dulce-amargo, hola-adiós, cerca-lejos, siempre-nunca...? Millones de dicotomías, aunque frívolas, Saussure no estaría orgulloso. Del amor, lo dulce, "hola" y el siempre cerca frente al odio, lo amargo, el adiós, que no es la palabra más bonita, porque nunca puedes estar seguro del regreso, que estés lejos, este nunca, que no esconde un ojalá. Pero, ¿nata-fresa? Dime tú cual es el bueno, porque yo no lo encuentro. En mi congelador solo hay helado de chocolate y de vainilla. Y ninguno de los dos lleva venganza.

Y, vuelvas o no, hay fiesta en la cocina.

julia

martes, 17 de enero de 2012

mi casa.

Mi casa es un helado. Un cucurucho de helado. Te da frío, es dulce de poco en poco, pero te empalaga y te engorda si te excedes y sólo tiene gracia cuando hay una superficie humana de por medio.
Es un helado de fresa, pero no de cualquier tipo.


Este helado de fresa de la venganza
Esta empresa de mudanza
Con los muebles del amor

julia