sábado, 25 de febrero de 2012

El sentimiento de culpa o la dieta de las acelgas.

Llámalo sinestesia o llámalo tontería, pero para mi las letras y los números tienen colores. Y los sentimientos tienen comidas. Mi sentimiento de culpa se traduce en 300 gramos de acelgas cada noche y una patata. En días como hoy, cuando la culpa me mira desde la estantería y como escrita por Isabel Allende, hay un extra de acelgas y de mantas en mi cama.
Cuando me siento culpable, como acelgas. Me siento culpable muchas veces así que supongo que tengo suerte de que la culpa tenga forma de acelgas y no de chocolate, de tarta o de pizza de queso. No siempre se puede huir de la culpa y a mi la culpa me alcanza cada vez que me paro a pensar. Y con la culpa, las acelgas. Y con las acelgas, el hambre a las dos horas de haber comido, y la consiguiente culpa. Y así un círculo vicioso en el que me metí de alguna manera injusta.
No es un autocastigo, es un equilibrio. Por lo visto la alegría debe ser hipercalórica y mi cuerpo debe estar buscando su punto medio. Llámalo tontería. Que todos lo sabemos. Que el equilibrio es imposible.


julia
(que se declara inocente)

martes, 21 de febrero de 2012

Ala, maño! o de las entrañas de Zaragoza

Zaragoza a veces te vomita encima. Pero otras veces es preciosa.






Pero igual hay que alejarse un poco para verlo.
julia

P.S. ya sé que como fotógrafa no valgo nada. Y mi blackberry tampoco.

sábado, 11 de febrero de 2012

Café.

Báilame el agua. Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto. Sácame de quicio. Hazme sufrir. Ponme a secar como un trapo mojado. Lléname de vida. Líbrame de mi estigma. Llámame tonto. Olvida todo lo que haya podido decirte hasta ahora. No me arrastres,no me asustes. Vete lejos, pero no sueltes mi mano. Empecemos de nuevo. Toca mis ojos. Nota la textura del calor. ¿Por cuánto te vendes? Píllate los dedos y deja que te invite a un café: caliente, claro y sin azúcar... sin aliento.
Báilame el agua

Caliente, claro pero con mucho azúcar. Blanco o moreno, me da igual. Que edulcore la vida. Que edulcore las mañanas y tardes que he pasado delante de una taza de café con leche, sentada en cualquier bar pero siempre al lado de la ventana, donde me dé el sol o me den las luces de las farolas de Zaragoza, que brillan tanto que no dejan ver las estrellas. De tardes o mañanas sola frente al café, con un boli y el cuaderno, escribiendo cosas de esas que nunca verán la luz o haciendo garabatos o escribiendo mi nombre al lado del de algún inocente desafortunado. Que empecé a tomar café por amor. Y todo lo que empieza por amor, acaba bien. Y si acaba mal es que todavía no ha terminado.

julia
 

miércoles, 1 de febrero de 2012

Sobre las rastas o de mi primer amor platónico.

Él tenía unas largas rastas que le llegaban hasta el culo y las ideas muy claras. Yo, una recta melena negra que desprendía destellos violetas bajo un sol centroeuropeo. Era alto, moreno, grande como su sonrisa. Con ese acento que te ponía los pelos de punta desde un rincón de Cádiz. Érase una sonrisa a unas rastas pegada. Eterno fan del chándal y la riñonera, el chaleco, el sombrero con un clavel muy rojo, las amapolas. Participaba(mos) del amor más libre, más platónico y más perfecto que jamás se haya llegado a ver. Se le veía enorme como es, subido en ese montón de propósitos. Enorme cuando tocaba palmas, cuando rasgaba las cuerdas de la guitarra, cuando dedicaba versos a diestro y siniestro. Gigante cuando mirábamos las fotos, cuando me hablaba de sus sueños e intenciones, cuando me dio el beso en la mejilla para que dejase de llorar. Grande como su corazón y sus rastas. Como lo que me enseñó sin querer, como la lucha contra el asfalto y el patriarcado, la injusticia, el olvido y, sobre todo, contra la tristeza. Con esa sonrisa enorme, gigante como él.
Lo hubiese cambiado todo por recibir sus versos y sus palmas y su mirada abriéndose camino entre mi sudadera. Por contagiarme de su optimisto que me dejó en forma me energía biopoética, de verde que te quiero verde, de cómo no ser feliz si te he conocido, de arena blanca, de edukadores. De cómo no ver las cosas como tú: preciosas, enormes.
Y aprendes que la belleza, que el amor -aun platónico-, que la vida y el (en)sueño no se esconden en el culo de una botella de whisky ni en unas lágrimas amargas por lo perdido, ni en la gente triste. Ni en el asfalto ni lo acrílico, ni el plástico, ni la prosa oscura. Pero que tal vez sí en el césped, en las cuerdas de una guitarra aunque sea en mp3, en la poesía y en comerte el mundo. En unas rastas, tal vez. Y si no es ahí, llegará. Entre versos y sonrisas, como llegan todas las cosas bonitas.

enamor.arte con arte
julia