martes, 29 de noviembre de 2011

a fucking disciple of a fucking poet.

Me prometo mentalmente escribir sobre muchas de las cosas que me inspiran pero todo es agua de borrajas.
Hoy es distinto. Hoy tengo tiempo y ganas. Y necesidad, podría decirse. Hoy me arden las palabras en la yema de los dedos aunque no consiga hilvanar dos proposiciones decentes.


Hoy en teoría de la literatura, con the fucking poet Saldaña, hemos vuelto a un tema que me llama la atención desde hace tiempo.
Cuando escribo (o simplemente cuando pienso en escribir) hay un gran, grandioso porcentaje de realidad, de mi realidad, en mis palabras. Puedo disfrazar nombres, situaciones, sentimientos y finales, pero hay un trasfondo enorme que me recuerda que esa sigue siendo mi historia, que sigo anclada a la realidad. Lo más fácil es pensar que eso es de mal escritor (no con ello intento justificarme). Ya lo decía Goya: si hago un retrato de mi perro, no tengo una obra de arte. Tengo dos perros.
Pero ¿qué te hace pensar que grandes escritores cuya fama nadie cuestionaría no hacen exactamente lo mismo? ¿Qué sabes tú de un campo de trigo de su vida para afirmar que no es esa misma, disfrazada con otros nombres, lugares, tiempo y caracteres?
Nadie. Nada. Porque no lo sabemos. Porque una amiga puede leer cualquiera de mis entradas y decir "ya, claro, qué bonito que es, qué bien escrito, pero no es más que lo que le pasó el sábado". Pero un desconocido podría leerlo y llegar a una conclusión bien distinta, por el mero hecho de no conocerme.

¿Qué que quiero extraer de todo esto? No sé. Pero vuelvo al principio. A una frase que leí hace mucho, muchísimo, a que nadie puede crear de la nada salvo Dios. Y esto mismo, o algo muy parecido, he entendido hoy en clase. La intertextualidad. La filosofía de Batjin. Para Machado, un palimpsesto. El escritor, como cualquier artista, se alimenta de lo que lee, oye, ve, siente, vive, percibe. ¿De qué sino?

Tengo ganas de profundizar en el tema. Hoy me siento a fucking disciple of a fucking poet. 


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Mañana.

Mañana, poca cosa. Rutina filológica de la que tendría que haber adoptado hace ya un tiempecito.
Por la mañana, biblioteca. María Moliner, probablemente. En plena City, para empaparse del espíritu universitario; ver, dejarse ver y que te vean; consultar unas pequeñas dudas a grandes profes; descubrir el significado de adjunto, disjunto, deóntica (¿?); recados, organización, vicio, perversión; y mañana, exclusivamente, Natalia, Jorge, Berta. De todo un poco, como en la vida misma.
Por la tarde, clase. Latín, lingüística general, teoría de la literatura. La muerte, lo activo, lo onírico. Pero pesa más la muerte, you know. Evolución etimológica, análisis y traducción, reglas, acentos, palabras breves y palabras largas y sueños breves y sueños largos y párpados lánguidos que se cierran... Y cabezas que sueñan con latinismos después, ya en la cama, como pesadilla recurrente de estudiantes de primero de filología hispánica de unizar. ¿Latín a la hora de la siesta? No, gracias. Prefiero edredones rojos a bolos. ¿Ver atardecer desde el quinto piso de interfacultades? Qué remedio. Entrar a las 15:30, en plena efervescencia del día y salir...
...de noche. 20:00 en la península. Cañas filológicas, autobuses, tranvías, bicis, Plaza del Pilar, compras de última hora, turismo por la Madalena profunda... Prolongar un poco más el día.
Ya en casa, tarde y mal, cena; algún apunte, algún libro si hay mucho ánimo; sino, series online, twitter, facebook, tuenti, guasap, llamadas a familiares y amigos... y como si de una clase de latín se tratase, sueño de nuevo.
Y mañana, miércoles. El viernes de los filólogos que sólo tenemos clase de lunes a miércoles. Semana especialemente rara, por cierto. Lunes y martes, curso sobre la subjetividad en el lenguaje. Aflora en Julia el viejo sueño del periodismo y se replantea el sentido de la vida. La charla de Paco Hernández Paricio levanta ampollas en su adormilado sentir político y revolucionario (aunque más que adormilado, apocopado con el cambio al calendario mariano y la vuelta a 1996) y se lia la manta a la cabeza, bolígrafo de gel en mano, dispuesta a conseguir los dos créditos de libre elección que prometen al estudiante aplicado. Pero del periodismo pasa a la psicología, la psicopedagogía, la historia, el sueño del teatro... y vuelve a la filología, como alguien que, ya que de nada le sirve revelarse, se rebela contra si misma.


Y, al final de todo una esperanza y unas ganas tremendas de escribir algo decente y de que este blog deje de parecer mi querido diario.
Otro día, más.