martes, 4 de agosto de 2015

El chico con el que me acuesto tiene una novia pelirroja.

La tiene desde hace tiempo, no es algo nuevo. Cuando le conocí no tardó en hablarme de ella. Cuando me agregó a sus contactos y me escribió por primera vez, en vez de una cara morena y con barba me asaltó un rostro pecoso, enmarcado en un precioso y lacio pelo naranja. Si hubiera sido castaña ni siquiera me habría llamado la atención, pero ahí estaba ella: mirándome con unos ojos de un color indescriptible desde una esquina de la pantalla mientras su novio me preguntaba si nos íbamos a ver en la Oasis.

Después de dos o tres cervezas, él me cogió de la cintura y me besó delante de mis amigos y de todos los fans de Standstill que allí había. Me pregunté qué sentido tenía estar pensando en ella si él no lo estaba haciendo. Le devolví el beso. Y después me separé de él sonriendo y mirándole a los ojos, que para nada eran tan bonitos como los de ella. Mientras yo pedía en la barra, su nariz jugaba con mi cuello y mi pelo y mi mano izquierda se introdujo en el bolsillo de sus vaqueros. Salimos de ahí dando tumbos, dos horas después, y tras buscar sin éxito alguna habitación de hotel, acabamos follando en un portal, intentando no hacer ruido. Después, él se fumó un porro y los dos nos reímos, también muy bajito, y volvimos a la Oasis a buscar mi chaqueta. Él se fue a casa, yo me quedé con mis amigos. Al día siguiente regresé a Madrid y de camino nos escribimos un par de mensajes cordiales, prometiéndonos volver a vernos en el próximo concierto que mereciera la pena.

La siguiente vez que fui a Zaragoza ni siquiera dormí en casa de Celia. Por la noche, me encontré con él en el Casco y ambos fingimos sorpresa, como si no supiésemos de sobra dónde buscarnos. Me fui sin despedirme de Celia y el resto del fin de semana lo pasamos en su casa follando. Esa casa desprendía femineidad desde que ponías un pie en ella y te asaltaba el olor a ambientador o a flores secas o a quién sabe qué fragancia. Por la mañana, mientras desayunábamos mirando los libros del salón le dije que era una casa muy bonita y él dijo que todo era gracias a Irene que tenía muy buen gusto y que a él lo que más le gustaba era el balcón y las plantas.