miércoles, 28 de agosto de 2013

Rescatado

Nadie habla los miércoles
aunque hoy todo parece normal.

Los hombres del tejado trabajan
y ríen
y de vez en cuando corren abajo y se resguardan
como si el viento se los fuese a llevar a ellos
(como se ha llevado a otros)
y no a ti.

Tal vez ahora espere que seas el hombre de mi vida
-o, al menos, de mi noche-
como quien aguarda la resolución de una beca
(negativa)
o la mención de honor
(negativa)
o la llamada de borracho de la una de la madrugada
(negativa o peor: para otra).

lunes, 26 de agosto de 2013

Volver a empezar

Llega septiembre y volverá, volveremos a empezar, como cada año. Como cada otoño, como el lunes del curso de la gente que adora los lunes porque son principios y nuevas oportunidades. Llegará septiembre y poco a poco volverán los pañuelos, los pantalones largos, los zapatos cerrados, las botas. Volverán los guantes y los bolsillos grandes que guardan dos manos. Los parques serán fríos pero necesarios y cada portal será una habitación de hotel para los que, desangelados, se vean sin casa pasadas las nueve de la noche. El café volverá a estar caliente y tú deberás sentarte a su lado, por norma, como te pedirá por encima de las gafas de ver «enfrente solo a la hora de la comida, por favor» y cogerle la mano izquierda por debajo de la mesa mientras, con tu izquierda, revuelves tu café solo y sin azúcar. Volverán los zapatos con cordones, las camisas bajo el jersey, y bajo la camisa el sujetador con el cierre delantero que puede albergar un mundo nuevo. Los pitillos que se atascan en el tobillo y serán sustituidos por algo que pueda quitarse con un solo gesto, porque todo el mundo sabe que, con septiembre, vuelven las urgencias del invierno.

Todo volverá con septiembre, como todas las cosas que no cambian.

viernes, 16 de agosto de 2013

De la casa o las últimas consecuencias.

Para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando  -luego-  callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.
                                 Ángel González 

Si yo fuera Dios o si pudiese hilar hoy más de dos palabras, escribiría sobre lo trágico que esconde la casa de alguien que se ha ido y no se ha llevado nada consigo. De lo precipitado de contemplar la ausencia de vida -no solo de la persona, también de la casa- y de ver como las sábanas blancas van cubriendo primero a la persona, sin pararse en las orejas como cuando te arropan en invierno, sino también los ojos y la cara (y de cómo la tanatopraxia  ya no tiene gracia ni quiero ser una Fisher), y poco a poco las estanterías, las sillas los armarios, hasta convertirse en fantasmas o en cadáveres que ningún coche fúnebre se llevará jamás. De cómo las cosas no se perderán como los recuerdos porque nadie ya quiere quedárselas ni buscar en ellas tu reflejo ni tus huellas en el polvo que las cubre.

De cómo la última, y peor, consecuencia del consumismo es el qué hacer con las cosas de la persona muerta.