sábado, 22 de septiembre de 2012

De como no escribir en un blog.

Si hay algo injusto en la vida, es el amor no correspondido. Lo siento, permitidme ser muy muy frívola esta noche, lo merezco.
Si hay algo que de verdad, de verdad odio, es la falta de equidad. Y no se puede luchar ¿o sí? contra ella. No hablo de una equidad global, de justicia kármica ni de que se acabe el hambre en el mundo, de los recursos mal repartidos, de gente que vive con un euro al día ni de las personas que nacen con dientes perfectos en una familia estructurada que se regala bufandas tejidas a mano por navidad. Hablo de esa que nos toca tan de cerca, de la falta de correspondencia. De querer, o no, a quien te quiere, por ejemplo. Juegues en el lado que juegues. 

Tengo un gato en el regazo que me recuerda que aun hay cosas que están bien. A veces sube, camina por el teclado y frota su naricita rosa contra la ya muy sucia pantalla de mi portátil.
Tuve un amago de recaída. Quedó en el susto. Una corriente de aire cerró de golpe la puerta de enero y el estruendo fue tal que creo que todavía estoy asustada.

Septiembre es el mes de las fechas, los aniversarios, los inicios y los finales. Que se acabe. Que se acabe ya.

martes, 18 de septiembre de 2012

El día.

Volvió a ser el día, y como las reses van al matadero se levantó de la cama. Entre el sueño y la vigilia recorrió el pasillo fijándose en lo holgado que le quedaba el pijama negro reflejado en el espejo del recibidor. La taza de flores hacía juego con sus uñas y pensó en que, un día, hubo alguien que le regaló flores. Volvía a ser el día, llevaba tres minutos observando el café, cuatro cucharadas de azúcar, y parecía que no se iba a acabar nunca. Edulcorante, por favor. Que me anestesien un poco la vida. Solo hoy, por favor, lo prometo. Se fijó en el color del café. Era bonito. Oscuro, muy oscuro, sin ser negro. Le gustaban los dibujos, las ondas que iba haciendo la leche cuando se mezclaban; le gustaba la taza de flores como las que un día le regalaron.

Mientras, muchos kilómetros al sur, alguien pasa de puntillas por el día D sin saber que es el día, sonríe, agradece y celebra un poco más que cualquier otro, con cualquier otra. Probablemente conduzca, cante con la radio puesta, golpee el volante con las manos en los semáforos al ritmo de la música, lleve la ventanilla bajada. Probablemente se haya tomado el café sin azúcar, sin pensar, con prisa, para apurar el cigarro en la puerta de cualquier institución pública. Escribirá sin pensar la fecha en la parte superior derecha de la hoja en blanco de un cuaderno que apura su segunda vida y el día D pasará ahí abajo como un día cualquiera, sin billetes de bus, ni sorpresas, ni llamadas, ni azúcar en el café, ni flores.

Y mañana... Mañana sí que será un día duro.
julia

domingo, 2 de septiembre de 2012

Sentirse Beatriz o de mi segundo amor platónico.



No tenía rastas, ni guitarra, pero sí un acento que me ponía los pelos de punta, o más bien un deje madrileño que lo hacía sonar todo diferente. Yo tampoco tenía ya mi recta melena negra: ahora era yo la de las rastas, las camisetas rasgadas y las ideas menos claras de lo que creía. Me enamoró con sus historias de un país no tan lejano, de un aquí y ahora, con una mirada de complicidad desde su juventud tardía, desde una distancia prudencial hacia lo desconocido, desde un rincón de Cádiz que pensé que le pertenecería a aquél que nunca llegó a ser. Me hizo sentir Beatriz sin saberlo, sin querer. Me enamoró desde la primera, la segunda, la tercera y la cuarta, las puntas, desde detrás de una barra y desde el asiento del conductor de un coche muy muy sucio, como las tablas, mis sábanas, la alfombra.
Me miraba desde la altura, las zapatillas de deporte, luego las puntas, luego descalza. Los pantalones estrechos, las camisetas cortas, el pelo cogido con un pañuelo. Probablemente el pelo más bonito que hayan visto nunca las calles de Madrid, de Londres y de ahí donde ella habite. Me miraba con confianza, con años de ventaja, con la conciencia tranquila y con un otro deje de amor por su parte, más por la mía, con la tranquilidad de quien crea algo y con la inquietud de ¿tal vez? estar yendo demasiado lejos, de quien enseña, de quien no llama, ¿para qué? tampoco le echo tanto de menos.
No tenía una sonrisa enorme, ni deslumbraba, ni irradiaba, ni te daba vida con solo mirarte. Pero sí la experiencia de quien sabe hacer, de quien cuida y de quien abraza sin tocarte. Fluía. A nivel suelo, tierra, aire, como ninguno de los demás supimos hacer. Moldeaba y te dejaba hacer, buscaba la trampa, la salida, el camino fácil.
Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado hasta el calorcito del sol quema y aprende que lo bonito es fácil, o que lo fácil es bonito. Que la preferencia por lo difícil no es más que un resto del amor adolescente o de la pertenencia infantil o de un sueño condenado al fracaso, que no gusta, sino cansa, abruma, pervierte y ahoga. Que, al final, ¿para qué?




Aquel tipo me gustaba. Habría podido acostarme con él y entonces probablemente no habría existido Cat, y quien sabe, quizá hubiera terminado por convertirme en una chica como tantas otras, femenina y heterosexual. (...) Su insistencia, su sentido del humor, su amabilidad habían conseguido conmoverme. Yo puedo amar a hombres y mujeres, no distingo entre sexos. Los niños van de azul, las niñas de rosa. Rosa es el color de los afectos, azul el de los uniformes de trabajo. Monos de mecánico, trajes de azafata. Azul. Corbatas de ejecutivo, bolígrafos para hacer cuentas. Rosa. Cubiertas de novela romántica y cajas de bombones. Los hombres son racionales y las mujeres sentimentales. Se nace persona. Dos días después te perforan las orejas. Te ponen unos patucos rosas. Ya eres una niña. Vas a un colegio de niñas. Te visten con falda y coletitas. Cumples catorce. Tu primer pintalabios. Ya eres una mujer. Cumples quince. Zapatos de tacón. Te sonrojas ante los chicos en la parada del autobús. No corres los cien metros. No escuchas heavy metal. Ya eres una cretina. (...)
Cada delicado detalle de mi cuerpo puede ser interpretado o reinterpretado, según quiera ser mujer o persona. Mi vagina puede ser la puerta del placer o de la vida. Mis pechos, fuente de leche o puntos eróticos. Mi ombligo perforado puede ser un reclamo o la señal de una conexión futura entre mi vida y la de otro que dependerá de mí. Mi cuerpo, con un feto dentro, ¿estará pleno de vida o simplemente invadido, deformado y destruido? 
Beatriz y los cuerpos celestes, Lucía Etxebarría 


julia