El tic tac sonaba cada vez más débil, vacilante, como cuando dudas entre echar y no echar a correr al ver el tranvía al final de la calle. Decrecía, ligero, susurrante desde el segundo cajón con esas pilas tan pequeñitas, agonizante. Un tic tac amortiguado por zarrios, envoltorios de todas las clases, garabatos en papeles salvados de la lavadora, pastillas, entradas de cine, folletos de exposiciones, un marcapáginas, horquillas y algún pendiente suelto que, lejos de su pareja, se había perdido en aquel cajón.
Se retrasaba.
Latía despacio, tic...onírico, lúgubre...tac.
Se para.
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