viernes, 17 de octubre de 2014

Las fotos.

A veces miraba las fotos viejas, hechas todavía con una cámara analógica, las fotos de dos carretes enteros que reveló ella cuando todo había acabado.

Las hicieron con una cámara muy grande, prestada, y en casi ninguna aparecían juntos. Las que hizo ella salieron en su mayoría borrosas o desenfocadas, a contraluz o muy oscuras. Las que hizo él, con ella desprevenida, casi todo primeros planos, resultaban absurdas por tener ella un ojo más grande que otro y un par de mechones de pelo que siempre cruzaban su cara. Aun así, había un par aprovechables y cuatro o cinco que incluso eran bonitas y en las que salían guapos como dos bebés de cuatro meses o como dos gatitos en adopción. 

En una de las fotos, su favorita, aparecía él con los ojos entornados y la cabeza girada. No recordaba haberla hecho pero el edificio que él tenía detrás era sin duda el Palacio de Cristal, que encontraron cerrado cuando paseaban por el parque y empezó a llover. Ella se mojó los pies, de eso sí se acordaba, y de que cuando volvieron al hotel hicieron el amor en el balcón, mojándose, despreocupados y que al día siguiente el pelo les olía a lluvia pero no les importó porque fuera seguía lloviendo y ellos querían seguir jugando por Madrid.

Hicieron muchas fotos en la azotea del Círculo de Bellas Artes. El cielo estaba gris, a punto de estallar, y ellos hacían tiempo hasta que llegara la hora de volver a casa. Con la chaqueta abrochada y el pelo por la cara, ella fruncía el ceño mientras él le apuntaba con la cámara. 

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