domingo, 6 de mayo de 2012

Expectar o no expectar (o de como inventarse palabras)

No, "expectar" no existe, pero debería. De "expectativas", ¿sabes? De eso que se tiene y te hace llevarte una decepción o de eso que no se tiene y entonces no sé lo que pasa, porque yo soy una ilusa y siempre tengo.
De expectativas va hoy la cosa porque me han contado una historia. Bueno, dos. Que, qué leches, os las voy a contar, para que os hagáis una idea.
La primera, la de una chica gorda. Mucho. Muchísimo. No gorda de faltar, gorda de no poder salir apenas, de casi no poder vivir. Y, aparte de gorda, triste (y bueno, eso si que ha sido un poco por faltar). Pues va y se opera y es un exitazo. Y come mejor y pierde como millones de kilos y sale de casa y saca la sonrisa y vive y es feliz. Y sigue gorda, mucho, pero menos. Menos gorda y feliz.
La segunda, la de otra chica. Deportista de élite maravillosamente delgada y atlética. Y guapa. Tiene un hijo y pierde su vientre plano, sus competiciones y viajes, su vida entera. Ve como todo lo que ha vivido hasta entonces se tambalea.
Y ellas dos se cruzan y no se dan ni cuenta, pero tú si. Tú las has visto desde un banco de la calle, o una terraza, o en el bus, o en la sala de espera del médico. Y tú, que te has fijado, has visto a una chica preciosa pero muy muy muy triste, con ropa ancha que apenas deja intuir su cuerpo pseudoperfecto, y a una chica gorda, gordísima, pero con una sonrisa en la cara que ya la quisiera cualquiera, y no por bonita.
Y yo, que soy un pésimo narrador omnisciente, sé que la chica gorda ahora es muy muy feliz. Que anda, se mueve, sale de casa y viste de colores. Que está llevando una vida normal que pensó que nunca podría llevar. Y la otra chica es muy, muy desgraciada. Ve en peligro la vida pseudoperfecta que ha llevado siempre. Tiene miedo de no recuperar su vientre plano que va a recuperar en cuatro días.
Cuestión de perspectiva, diréis. Pues no. Cuestión de expectativas, digo yo.
La primera chica, la gorda, no tenía. No esperaba poder llevar jamás esa vida, andar hasta la parada del bus. La segunda si que las tenía. Las expectativas que hasta entonces se habían cumplido.

Dicen, o me han dicho a mi siempre, que no tener expectativas es un error. Que sin expectativas ni objetivos ni voluntad no se llega a ninguna parte. Que hay que arriesgarse y arriesgar. Que la casualidad no existe.
Pero, por otra parte, ¿qué te aporta tener expectativas? El sillazo en la cara de cuando no se cumplen. ¿Algo más? No, señoría.
¿O si?
Ya no sé a donde quería llegar ni qué quería decir con todo esto. Pero quería contarlo. Y espero que esas chicas me perdonen.

Y en cuanto a mi expectativas, tengo una. Así, importante, una. De eso que me diríais "bah, ilusa" y no sabríais que me estáis rompiendo el corazón.

Dicho esto, me voy a expectar.
jul

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dicen que quien nada espera nunca puede ser defraudado.

Me gusta la entrada. Mucho.