sábado, 19 de febrero de 2011

Si tienes que desplomar toda tu culpa en algun sitio, hazlo en aquello que te hizo olvidarte de volar.

Que todas tus lágrimas caigan sobre el momento en el que sentiste que tus alas pesaban más que tú y que la cordura y la consciencia eran tus únicos medios de vida. 
Descarga tu rabia sobre los cristales de los escaparates que albergan sus sonrisas y complicidades siempre a un palmo por encima de tu absurda e inflamada cabeza, saturada de pensamientos impropios de aquella de ojos claros que nunca quiso cambiar el azúcar por sacarina y que sin embargo ahora cuenta con los dedos las unidades de calor suficientes para elevar un grado centígrado un centímetro cúbico de agua. Grítale a la pantalla si es necesario y olvidate de rezar: ella te escuchará todo el rato que necesites, pero no podrá abrazarte, ni podrá darte un beso en la cabeza "como a mis hijos".
No intentes olvidar. No lo vas a conseguir. 
Todos tenemos un mecanismo que hace que nuestros malos recuerdos se revaloricen con el paso de los años y que cada día parezcan peores que el anterior. Hasta el día en que pareces olvidarlos, pero solo los guardas un poquito más al fondo de tu alma. 
Llora hasta que tus ojos estén igual de secos que tu alma y quédate dormida abrazada al frasco de antidepresivos que sigue con el precinto puesto y que permanecerá así eternamente. 

Y mañana, cuando despiertes, asegurate de no mirar por la ventana para que nada te arruine la sorpresa de si está nublado o de si ha salido el sol, que por lo menos te lleves esa sensación del golpe de frío en la cara antes de cubrirte con la palestina...

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