Si tienes que desplomar toda tu culpa en algun sitio, hazlo en aquello  que te hizo olvidarte de volar.
 Que todas tus lágrimas caigan sobre el  momento en el que sentiste que tus alas pesaban más que tú y que la  cordura y la consciencia eran tus únicos medios de vida. 
Descarga tu  rabia sobre los cristales de los escaparates que albergan sus sonrisas y  complicidades siempre a un palmo por encima de tu absurda e inflamada  cabeza, saturada de pensamientos impropios de aquella de ojos claros que  nunca quiso cambiar el azúcar por sacarina y que sin embargo ahora  cuenta con los dedos las unidades de calor suficientes para elevar un  grado centígrado un centímetro cúbico de agua. Grítale a la pantalla si  es necesario y olvidate de rezar: ella te escuchará todo el rato que  necesites, pero no podrá abrazarte, ni podrá darte un beso en la cabeza  "como a mis hijos".
 No intentes olvidar. No lo vas a conseguir. 
Todos  tenemos un mecanismo que hace que nuestros malos recuerdos se  revaloricen con el paso de los años y que cada día parezcan peores que  el anterior. Hasta el día en que pareces olvidarlos, pero solo los  guardas un poquito más al fondo de tu alma. 
Llora hasta que tus ojos  estén igual de secos que tu alma y quédate dormida abrazada al frasco de  antidepresivos que sigue con el precinto puesto y que permanecerá así  eternamente. 
Y mañana, cuando despiertes, asegurate de no mirar por la  ventana para que nada te arruine la sorpresa de si está nublado o de si  ha salido el sol, que por lo menos te lleves esa sensación del golpe de  frío en la cara antes de cubrirte con la palestina...
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