Ella soñaba que corría en un callejón sin salida. Sabía que el final del callejón, la pared del fondo, la que en las películas americanas estaría llena de cubos de basura metálicos que albergarían gatos y la comida caducada y pasada de cocción de algun restaurante italiano, era la salida a quien sabe donde. Nadie le perseguía, nadie corría detras de ella, nadie la esperaba, tampoco, al otro lado de esa pared; pero ella tenía la triste necesidad de correr más rápido de lo que sus piernas y su corazón podían permitirle. Entonces sintió frío. Se pregunto como podía tener esa horrible sensación aun debajo de su enorme sudadera y su camiseta térmica. Miró al sueño y sus pies se tropezaron el uno con el otro. A medida que caía se percató de que no llevaba pantalones, de que se iba a raspar las rodillas con la caída. Pero también se dio cuenta de las enormes zapatillas que llevaba puestas. Eran un poco altas, como las de baloncesto, que protegen el tobillo, llevaban los cordones bien atados y se notaba que aunque parecían nuevas tenían la experiencia de unas zapatillas viejas, como las que se utilizan en verano para ir al pueblo.
Entonces, se despertó. En la oscuridad de su cuarto notó las sábanas hechas un burruño a los pies de la cama, el pelo enredado y un molesto pájaro que piaba en la calle. Alargó la mano para dar la luz, pero en vez de eso, tiró tres de los cuatro libros que hacían equilibrios en su desastrosa mesilla que tenía los cajones sin cerrar del todo. Afortunadamente, quedaron atrapados en el hueco que había entre la pared y la mesilla antes de tocar el suelo. Sigilosamente, se levantó y dio la luz. Eligió unos pantalones hasta la rodilla, muy anchos, que con su corto contrastaban con el frío de aquella época, y una sudadera azul sobre la camiseta del pijama. Calcetines altos, pero doblados descuidadamente de manera que los conejos que llevaban bordados no resaltasen demasiado. Sin usar el cepillo se hizo una coleta y se apartó el flequillo de la cara con un par de horquillas. Cogió su llave de casa y se fue sin hacer ruido, dejándola debajo de una maceta para no tener que cargar con ella. Con la luz del amanecer, decidió que había llegado el momento de volver a sus inicios. Se ató con fuerza las zapatillas y sin pensarselo más empezó a correr, a paso lento, 100, 200, 300 metros y así hasta que su corazón iba más rápido que su respiración y juzgó que había recuperado el contacto consigo misma, con su "yo" de siempre que había permanecido oculto de un par de años a entonces.Todo lo que puedas encontrar
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Zoe
2 comentarios:
Qué extraño caso... y curioso. Y me gusta :)
¿La vestimenta está inspirada en tus tardes de baloncesto? ;)
Felicidades por Zoe, Juuul :D
Un beso.
Es lo mejor, dedicar untiempo también a los ejercicios, como dice el refrán "mente sana en cuerpo sano" luego una ducha bien fría y ya somos otro!!
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