miércoles, 1 de febrero de 2012

Sobre las rastas o de mi primer amor platónico.

Él tenía unas largas rastas que le llegaban hasta el culo y las ideas muy claras. Yo, una recta melena negra que desprendía destellos violetas bajo un sol centroeuropeo. Era alto, moreno, grande como su sonrisa. Con ese acento que te ponía los pelos de punta desde un rincón de Cádiz. Érase una sonrisa a unas rastas pegada. Eterno fan del chándal y la riñonera, el chaleco, el sombrero con un clavel muy rojo, las amapolas. Participaba(mos) del amor más libre, más platónico y más perfecto que jamás se haya llegado a ver. Se le veía enorme como es, subido en ese montón de propósitos. Enorme cuando tocaba palmas, cuando rasgaba las cuerdas de la guitarra, cuando dedicaba versos a diestro y siniestro. Gigante cuando mirábamos las fotos, cuando me hablaba de sus sueños e intenciones, cuando me dio el beso en la mejilla para que dejase de llorar. Grande como su corazón y sus rastas. Como lo que me enseñó sin querer, como la lucha contra el asfalto y el patriarcado, la injusticia, el olvido y, sobre todo, contra la tristeza. Con esa sonrisa enorme, gigante como él.
Lo hubiese cambiado todo por recibir sus versos y sus palmas y su mirada abriéndose camino entre mi sudadera. Por contagiarme de su optimisto que me dejó en forma me energía biopoética, de verde que te quiero verde, de cómo no ser feliz si te he conocido, de arena blanca, de edukadores. De cómo no ver las cosas como tú: preciosas, enormes.
Y aprendes que la belleza, que el amor -aun platónico-, que la vida y el (en)sueño no se esconden en el culo de una botella de whisky ni en unas lágrimas amargas por lo perdido, ni en la gente triste. Ni en el asfalto ni lo acrílico, ni el plástico, ni la prosa oscura. Pero que tal vez sí en el césped, en las cuerdas de una guitarra aunque sea en mp3, en la poesía y en comerte el mundo. En unas rastas, tal vez. Y si no es ahí, llegará. Entre versos y sonrisas, como llegan todas las cosas bonitas.

enamor.arte con arte
julia

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