Hoy me he tomado mi primer café solo. No es que me haya hecho mayor, es que las malas circunstancias me han convertido brevemente en un espectro de adultez. Una casa en la que no hay leche ni cama, una pareja que se rompe, otra que se forma, dos personas que entran juntas en un teatro, un amanecer de lana.
Anoche me regalaron mi propio teatro sin saber que hoy le diría adiós a otro. Un adiós para siempre, tajante y definitivo, forzado por las circunstancias. Ahora me agarro al teatro de hilo que será el último que me quede en el próximo curso. Qué extraño será ese momento. Qué extraño se ha vuelto todo en cuestión de minutos.
Los extraños, leía hoy, se convierten en el centro de tu vida a la misma velocidad que, aquel que fue el centro de tu vida, se convierte en un extraño.
Otra persona escuchará los mismos susurros, las mismas mentiras que yo escuché y recibirá los mismos aplausos, las mismas sonrisas, envuelta en las mismas telas y en las mismas sábanas y descalza os gritará desde lo alto.
Mientras, yo me afano a mi teatro de hilo, a mi nuevo teatro, el que es solo mío, en el que puedo vivir, en el que quiero vivir siempre, en el mejor teatro que ha existido y podrá existir jamás.
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