Te recuerdo muchas veces con tu camisa azul. Hoy mismo la he imaginado debajo de un abrigo beige que no era el tuyo, claro. Una larga sombra me ha adelantado por la calle y después, el hombre que la proyectaba. Era sin duda tu imagen en vida. Al menos de espaldas, con el pelo revuelto y una bolsa marrón de cuero ya vieja en la mano derecha. Con la otra mano, usaba el teléfono. Por eso he sabido que no eras tú. No porque haga casi un año que no estás, sino porque eres diestro.
Qué gran problema cuando dos diestros se cogen de la mano. Uno queda inútil, manco. El otro rara vez elige solidarizarse y esconderse en el bolsillo.
El hombre que me ha adelantado por la calle olía bien. El viento se ha levantado y nos ha revuelto el pelo y por un momento ha sido la imagen más bonita que he visto jamás. Durante apenas dos segundos, los mismos que cuando al despertar todavía no recuerdas nada y estás en un limbo de sueño y felicidad, he pensado que eras tú y que tu camisa azul estaría arrugada y con el cuello sin planchar. Justo después, he pensado qué podría hacerte de cena esta noche y antes de darme cuenta he salido de mi letargo y he recordado que ya no estás y que no hay cena para dos, ni manos derechas inútiles.
Por un momento te he sentido aquí, he pensado que te acercarías y me besarías, me desearías feliz aniversario y me cogerías de la mano. Pero no, no eras tú. Tú ya no estás.
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