A veces leo cosas que me dan amor y rabia al mismo tiempo. Cosas que me dan rabia porque esto sí que podría haberlo escrito yo, porque no lo hago, porque mi límite son las 25 líneas y decae, me bloqueo, abandono. Edición, seleccionar todo, borrar. Porque pienso en Nuria y en su vigilia y cosas que sí podría contar y no cuento, que podría decir y no digo, que podría escribir y, obviamente, no escribo. Porque hay veces en las que por la calle me asalta una frase, un verso, un principio y a la vez una duda enorme que cierra el procesador de textos de mi cabeza y guarda el boli en el estuche.
Porque leo Te adoro y otros relatos de Cristina Peri Rossi, que tenéis que leer, y me imagino un Te adoraré y otras cosas “<<¿Es cierto que cuando los escritores se enamoran escriben diferente?>>, me había preguntado hojeando uno de mis libros.”
Siempre me lo he preguntado. He
contestado a cuestiones tangentes en trabajos de más de 1000
palabras, he leído más de cien libros sobre ello he escuchado una y
otra vez canciones que hablan de eso o de algo parecido, que te
mienten en verso y con melodía de fondo, pero no sé dar una
respuesta. ¿escriben diferente los escritores cuando se enamoran?
Para eso tendrían que existir los escritores. ¿Existen? Yo no estoy
segura. Tal vez sean solo vulgares sofistas con una Montblanc en el
bolsillo interior de la chaqueta que en vez de garabatear frases
estúpidamente bonitas en una servilleta de papel que abandonar en la
mesa y conmover a la camarera, han enlazado unas cuantas en un
cuaderno milimetrado y han conseguido una historia, cuatro
personajes, ocho espacios y una editorial que le ponga una portada
llamativa. ¿Existen? Y si existen ¿se enamoran? ¿Cómo puede
enamorarse alguien capaz de crear la perfección de algo ya creado y,
por tanto, absolutamente imperfecto? Los escritores, si es que
existen, si es que se enamoran, están condenados al fracaso, a la
incomprensión y a una vida insulsa al lado de un muchacho o una
muchacha que como mucho tendrá un 10% de la musa con la que ellos
sueñan. Los escritores, si es que se enamoran, deberían, al menos,
escribir diferente. Pero permíteme dudarlo. Déjame decirte que los
escritores, si es que existen, si es que se enamoran, no cambian, no
pueden. Está en su naturaleza de escritores, si es que la tienen.
Alguno de sus cromosomas vaticina que no pueden cambiar, que su labor
en el mundo es contemplar como cambia todo menos ellos, como todo lo
que sucede apenas raspa su superficie, que no hay asuntos
transversales en su vida, ni mucho menos el amor. Que pueden tener
diez, cien, mil amoríos más o menos largos, pero no un amor. No,
porque es contranatura, porque enamorarse exige una concentración
que gracias a un cromosoma cualquiera con el que me gustaría tener
una charla, ellos otorgan a la página en blanco.
jul
“<<¿A quién amabas cuando escribiste este?>> <<No la conoces>>, mentí. <<Me gustaría saber si escribirías sobre mí>>, agregó. <<Mi amor – le dije –, uno no escribe sobre lo que está, sino sobre lo que no está.>> <<¿Tendría que irme para que escribieras acerca de mi?>>”
"Después de escucharla muchas veces (su madre enviudó muy joven), Patricia tuvo la sensación de que la dificultad (ésa sobre la que su madre insistía repetidamente) era una confusa mezcla de enchufes rotos, puertas encalladas, reparaciones domésticas, miedo nocturno, soledad e impotencia. Sintió que la dificultad tenía que ver oscuramente con el tapón. En ausencia de un hombre que arreglara los enchufes y abriera los tapones rebeldes, Patricia había considerado la posibilidad de tener una empleada doméstica. Pero no ganaba ni siquiera lo suficiente como para pagar el alquiler del apartamento, la guardería del niño, la gasolina, la ropa adecuada para su trabajo, muy exigente, la peluquería y la sesión semanal con el psicoanalista. El psicoanalista era mucho más caro que la empleada de servicio, pero en ambos casos se trataba de limpieza."
"Entonces, en el interior de las casas, divisó a los demás, también, como él, suspendidos: mudos, oscuros, inmovilizados para siempre en el momento de llevarse un tenedor a la boca, de abrir una puerta, de acariciar al gato, de leer el periódico, de escribir una carta. Como muñecos mecánicos, detenidos súbitamente por un desperfecto del aparato, o inmovilizados por el deseo de un niño. Le pareció algo más: le pareció que desde el principio, en los albores claros del tiempo, cuando las cosas adquirieron por primera vez nombre, todo había conducido a esto, de una manera misteriosa pero firme, oscura e ineludible. Todo: Napoleón y los siete Infantes de Lara, los Médicis y Carlomagno, los cementerios etruscos, las órdenes teutónicas y los lapsus del lenguaje, los cuadros de Murillo, Hesíodo y las películas de Chaplin, las mujeres muertas de parto, los cisnes de Wansee y los dibujos de Utamaro, la Segunda Guerra Mundial, la música de Wagner y el martirio de Úrsula, la Revolución de Octubre, la revelión estudiantil en Córdoba y la ópera Evita, los haykús, los Beatles y Leonor de Aquitania.
"-Detesto los principios casi tanto como los finales -me confesó-. En realidad solo me interesan los intermedios. Es allí donde todo adquiere profundidad . Por lo demás, en un buen principio siempre se haya incluído el final, lo cual resta sentido al desenlace. En cambio, los intermedios permiten gran variedad de desarrollo."
"Además de un viaje, dos libros, una excursión a la costa, una película que ella no había visto, una cena en un restaurante honolulú, la pesca submarina (enseguida me arrepentí: yo no sabía nadar), la lectura de la mitología celta, una visita al Museo de Paleontología, ayudarle a hacer los deberes de la universidad, escuchar a Kiri Te Kanawa interpretando los últimos lieder de Strauss (<<No sabía que a los japoneses les gustara la ópera.>> <<No, mi amor, es australiana. Y canta como los dioses.>> <<Creí siempre que en Australia sólo se dedicaban a criar canguros.>> <<Siempre se aprende algo nuevo.>>, comenté miserablemente), en las últimas veinticuatro horas, que eran, por lo demás, todas las que llevábamos juntos, le había propuesto un viaje a Trieste (<<¿Por qué Triste?>> <<Me gusta la palabra .>>), enseñarle francés, contarle la Segunda Guerra Mundial, jugar al ajedrez, coleccionar cerámica precolombina y armarle un puzzle de cinco mil piezas. Mi última propuesta consistió en hacerle el amor escuchando el Aria del Amor y Muerte de Tristán e Isolda."
Te adoro y otros relatos, Cristina Peri Rossi
jul (otra vez)
2 comentarios:
Hola, Julia
Me divirtió muchísimo leer tus comentarios y desviaciones/derivaciones sobre
mi libro Te adoro y otros relatos.
No hay una respuesta unívoca, nunca: a veces, los escribientes
escriben diferente si se enamoran,otras, no. Pero tus divagaciones sobre el tema me han hecho sonreir con complicidad.
Cristina Peri Rossi
ola
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