Querida Setefilla:
Su dolorida carta llegó horas después de la noticia trágica de que nuestro amigo el poeta había muerto en la cárcel de Alicante el pasado día 28. Miguel fue un relámpago en mi vida, y como tal, fugazmente, se desvanece. Pero su amistad, que nunca se irá, me trajo la experiencia de un cariño hermoso, verdadero (...).
El abrecartas, Vicente Molina Foix, p. 54
Estoy sentada en la cama, con la espalda apoyada en un almohadón. A mi izquierda, sobre un mueble de cajones y al alcance de mi mano, una infusión. Nada de café a partir de las 7. A mi alrededor, libros. El abrecartas, de Molina Foix; El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, y dos antologías de éste mismo. Una edición conmemorativa de Austral, de tapas duras en tonos azules y otra titulada Me ha hecho poeta la vida, edición infantil. Quince poemas de Miguel Hernández sobre la vida, la muerte, el dolor y el amor. Quince poemas para el siglo XXI, cien años después de la muerte del poeta. Contiene un CD con los quince poemas leídos, que escucho mientras escribo esto y, algunos, los recito a la vez, en voz bajita. En mi pared, una postal con un fragmento de Aceituneros.
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"Fue un joven que nunca envejecerá, porque murió en plena juventud y todas las fotos que guardamos de él nos ofrecen esa imagen del hombre entusiasta y sonriente, lleno de vitalidad. Vivió como tragándose la vida, a toda prisa, entregándose en todo lo que hacía, generosamente.", dice Jorge Urrutia en el prólogo de la edición de El rayo que no cesa, de Alianza Editorial.
Y yo creo que no tengo mucho más que decir. Que me encanta y me revoluciona, que si tengo que elegir, y no quiero, es mi poeta favorito. Que os lo recomiendo, ya, ahora. Aquí podéis encontrar de todo sobre él y su obra completa. Y si queréis ir más allá, tener otra visión y, sobre todo, si os queréis meter en la piel de muchos otros poetas y escritores de principios del siglo XX y de más personajes reales y ficticios, os recomiendo El abrecartas, de Vicente Molina Foix.
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
Miguel Hernández , El rayo que no cesa
Miguel HernándezELEGIA A RAMÓN SIJÉ
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(10 de enero de 1936)
Disfrutadlo. Al menos tanto como yo.
julia
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