martes, 15 de octubre de 2013

La biblioteca

«Joder, qué alta. Más que alta: infinita. Puedes juntar mis piernas en una sola y esa única pierna mía, poco funcional, sí, seguirá siendo más corta que cualquiera de las suyas. Finas, ligeras, curvilíneas, infinitas.» Piensa ella desde una esquina poco accesible de la biblioteca, rodeada de gramáticas y manuales. El objeto de su envidia se levanta de la mesa y atraviesa toda la sala casi flotando, sin apenas tocar el suelo, como si la gravedad no actuase sobre un cuerpo tan flaco. «Joder, y el pelo. Mira qué pelo.» Las puntas de su cabello golpean su espalda a cada paso que da, como si las ondas naranjas tuviesen vida propia y quisiesen romper con la monotonía de la biblioteca. «Si el mundo fuese justo, ahora esta tía se tropezaría y se dejaría los dientes en ello». Y, como por arte de magia (oscura) un pequeño traspiés que hace que más de la mitad de los espectadores contengan la respiración durante esos tres o cuatro segundos en los que parece que se va a caer y se va a partir en dos contra el suelo. Pero, en el último instante, un saltito grácil libera su tobillo de la correa de la mochila de un chico que avergonzado le pide disculpas y en un susurro le ofrece un café, proclamándose campeón mundial de la biblioteca.